Como siempre, como cada año, los Premios Nobel han deparado en esta ocasión decepciones y sorpresas. Lo más inesperado, seguramente, ha sido la concesión de la distinción de la Paz al presidente de Colombia, Juan Antonio Santos, por su decidido impulso al proceso de pacificación del país merced al acuerdo logrado con los guerrilleros, o terroristas, según, de las FARC, una fuerza que lleva en su lucha revolucionaria más de medio siglo y que ha originado miles de víctimas de uno y otro lado, más los que estaban en medio, la población civil.

Aunque después de darle el Nobel de la Paz a Obama hace unos años, cuando acababa de acceder a la presidencia de Estados Unidos y sin que hubiese hecho lo más mínimo para merecerlo, salvo soltar buenas palabras fruto de buenas intenciones, ya nada puede sorprender en este sentido, y aunque el galardón parece muy merecido dada la evidente voluntad del presidente colombiano, una vez más los hechos van por otro lado, dado que los planes de pacificación entre la guerrilla y el Gobierno de Santos, han quedado anulados prácticamente, al menos por ahora, desde el momento en que la población, sometida a plebiscito, dio un no suficientemente claro al pacto pretendido. Una decisión que ha dejado dividido al país, que cuenta con una fuerte oposición conservadora, liderada por el anterior presidente, Álvaro Uribe, que pretende retomar el poder y se ha mostrado siempre contrario al acuerdo de paz que fue escenificado hace bien poco en presencia de mandatarios internacionales.

Curiosamente, Santos, un liberal con tendencias izquierdistas dentro de lo que cabe, había sido ministro de Defensa con su actual adversario político y en aquellos tiempos tuvieron lugar los más crudos enfrentamientos bélicos entre el ejército colombiano y las Farc, destacando los éxitos del que luego, al fin del mandato de Uribe, pasaría a ser el nuevo presidente, apoyado en un partido muy personalista y en grupos de izquierda. Como ocurre con casi todos los líderes sudamericanos, excepto los socialistas Castro, Maduro, Morales y poco más, Santos pertenece a la élite, a las grandes familias, pues su tío había sido presidente y su padre fue propietario del mayor periódico de Colombia: "El Tiempo", pero los años y el devenir político han llevado al actual presidente por caminos más progresistas, de los que puede que se haya derivado su intento de acabar con las luchas ancestrales y firmar una paz que el pueblo ha denegado, aunque el Gobierno no reniegue de sus intenciones y menos ahora, hay que suponer, con ese prestigioso refrendo del Nobel de la Paz.

Pero no va a ser fácil la cosa, y más teniendo en cuenta que el plazo se acaba, pues Santos finaliza su mandato, que es el segundo, en 2018, y por la presión contraria de Uribe y su partido de derechas que siempre ha buscado una rendición sin condiciones de la guerrilla más longeva y poderosa que ha existido en Colombia. El expresidente ha felicitado al presidente por el Nobel de la Paz, como no podía ser menos, pero sus posturas frente al terrorismo se mantienen inalterables.