Vivimos la época de las superaciones en muchos y diversos campos: ciencia, tecnología, deporte, economía, industria, comercio, turismo, en la política ya no estoy tan seguro, etc. Salvando las distancias los cristianos también estamos llamados a superarnos, dando más importancia a la calidad de nuestro testimonio que al número de testigos. Esta dinámica de superación no es voluntarismo, sino evangelio puro y duro. El señor Jesús practicó esa superación y la exige con frecuencia a sus seguidores: la tierra que da el ciento por uno, el siervo que se lucra de cien denarios, el hijo pródigo que supera el miedo y vuelve a la casa del padre misericordioso, el pastor que renuncia a su descanso para ir en busca de la oveja perdida, el mercader de perlas finas que vende cuanto tiene para comprar la mejor de todas, etc.

Estoy seguro de que nuestro maestro quisiera poder seguir alabando a los nuevos "Juanes" del siglo XXI porque no sean "una caña agitada por el viento" de las últimas modas o corrientes de opinión que venden "verdades" que harían su Iglesia más "moderna" y "simpática". Pero bien sabe ella, experta como es en humanidad, que más que verdades son grandes mentiras que destruyen la persona y la sociedad. Eso sí, barnizadas con los colores que lucen las actuales pasarelas del pensamiento único. Un pensamiento que pretende, entre otras cosas, vivir y hacer vivir como si Dios no existiera o siguiera siendo el mismo cuento chino de siempre que, en cuanto hay ocasión, se ridiculiza porque sus frívolos atacantes saben que no van a ser llevados a los tribunales o respondidos con explosivos y tiroteos.

No pocos católicos están perplejos ante esta situación de indefensión que nos está tocando vivir. Algunos, diría yo, hasta acobardados por la falta de libertad a la hora de defender los valores que nos definen y con los que se ha forjado la sociedad española y, en realidad, el continente europeo; a pesar de que en su Constitución no se quisiera hacer ni un mínimo reconocimiento de sus raíces cristianas (ni por petición del papa). En el terreno sociopolítico cada vez son más los que dicen convencidos que tenemos lo que nos merecemos; que esta situación representa la falta de madurez en la "filosofía de vida" de buena parte de los ciudadanos; que no podemos echar toda la culpa de lo que pasa a nuestros políticos. Empezamos a cosechar lo que también, desde abajo, se ha ido sembrando en la España de los últimos años; es decir, tanto "pan y circo" no podía acabar bien. Así que ya está bien de inútiles vuelos de gallina. Es hora de volar alto, recuperando los ideales y tratando de conseguirlos aunque nunca falten quienes traten de cortarnos las alas o, si pudieran, nos volvieran a enjaular como en épocas pasadas.