Dos ciudadanos despistados caminaban hace unos días por una calle céntrica de la ciudad y, en una plazoleta muy concurrida, les llamó la atención una acalorada discusión entre hombres y mujeres de edades y pelajes muy diversos. Desde una prudente distancia, se pararon a escuchar los sonidos que llegaban del grupo.

-¡Qué espectáculo tan divertido están disfrutando en el patio socialista!, -decía un chaval joven con aspecto dicharachero-. Podían contratarlos para representar un sainete en las próximas fiestas del patrón de la ciudad.

-Oye, pues ahora que lo dices, no estaría mal. Podemos sugerírselo al concejal de festejos. Seguro que le encanta la idea -respondió una mujer algo entrada en años que no paraba de mover los brazos a izquierda y derecha.

-Menos cachondeo, ¿vale? Lo que estamos viendo estos días es una vergüenza. Un golpe de estado en toda regla en un partido que se declara garante de las libertades. Por eso, queridos compañeros, las rechiflas están fuera de lugar -sentenciaba un señor de cierta edad que, por lo que se veía, estaba muy cabreado con lo que escuchaba.

Los dos ciudadanos despistados siguieron con las orejas y los ojos bien abiertos durante unos minutos más. La verdad es que no entendían nada: de un espectáculo en el patio socialista pasaban a las futuras fiestas de la localidad y a no sé qué golpe de estado que se había perpetrado en un lugar que desconocían.

-¿Pero de qué hablan estos tíos? -le comentó uno al otro-. ¿Tú entiendes algo? Anda, vámonos, te invito a un chato, que, según parece, el horno no está para bollos.

-Para tío, que esto tiene buena pinta. Si hablan de un espectáculo, enterémonos un poco más de qué va la historia y preguntemos en dónde se celebra por si la entrada es libre y gratuita.

Ni cortos ni perezosos, se acercaron al grupo y preguntaron por el lugar de celebración del susodicho espectáculo. Inmediatamente, otro de los miembros del grupo que no había abierto la boca hasta ese momento, con muy malos modales, les espetó:

-Cachondeos los justos, ¿vale? Ya está el patio lo suficientemente caliente para que vengáis aquí a tocarnos los huevos. ¡¿Pero qué os habréis creído!? ¡Desapareced de mi vista, que os corro a hostias!

-Caray, qué modales -respondió uno de los afectados-. Solo queríamos saber algo más de no sé qué espectáculo. Pero olvídese, que ya vemos que no seremos bien recibidos.

Y se fueron paseando tranquilamente, como si nada, hasta la primera tasca que se cruzó en su camino. Mientras tanto, el grupo seguía discutiendo sobre si Pedro sí o Pedro no, que si Susana (no la del ratón) se había llevado el gato al agua, que si los barones habían abierto un cisma con las bases del partido y que si la abstención sería una buena opción o el inicio del precipicio político de un partido más que centenario.

Y así acabó la discusión callejera. No obstante, me consta que el espectáculo aún sigue abierto y que la función durará mucho más de lo previsto. Y es que, por lo que dicen por ahí, estas atracciones se sabe cuándo empiezan, pero nunca cuándo finalizan.