Está convenido que lo nuestro se llama "democracia", resultado de la fusión de "demos" (pueblo) y "cracia" (poder), lo cual, como casi todas las convenciones humanas, no deja de responder más que en parte y no en su totalidad a la realidad física de las cosas.

Disfrutamos estos días de una experiencia privilegiada para el análisis político y sociológico de "la" democracia como sistema, de "nuestra" democracia como plasmación práctica y próxima de ese sistema y del funcionamiento del vehículo fundamental encargado de regirla, los partidos políticos.

La crisis del PSOE no es una crisis al uso, es la madre de todas las crisis, lo cual no supone que al final toda ella no se disuelva como un azucarillo en el líquido caliente de los intereses y necesidades individuales y colectivos de quienes entienden la política como una profesión y no como una ocupación temporal. Esta y no otra es la clave del arco de bóveda de nuestra política patria.

Si en esta experiencia que parece diseñada en laboratorio tomamos el cuaderno de anotaciones, podremos encontrar respuestas a cuestiones tales como si importan más las instituciones o el control de los partidos, sobre quiénes son los dueños de los partidos políticos, ¿son sus afiliados? ¿lo son sus órganos de dirección perpetuados en nombres y estilos durante décadas? ¿lo son las estructuras que aparecen a la luz en cada momento o lo son en la sombra grupos influyentes con una especie de mandato sagrado de que las cosas vayan por un determinado camino de supuesta ortodoxia? ¿lo son los grupos mediáticos de cabecera de cada fuerza política en función normalmente de intereses económicos que, evidentemente nunca reconocen?

Lo hemos visto, unas breves declaraciones del expresidente González aludiendo a una conversación privada con Sánchez hace meses y en las que alude no a cuestiones de fondo sino a que personalmente se ha sentido engañado, han sido el catalizador de la enorme revuelta. Hemos visto que una joven que dejó sus estudios de Económicas para centrarse de hoz y coz en la vida de partido, se rodea años después de micrófonos para proclamar "el único poder legítimo en el PSOE soy yo", simple y llanamente porque el dedo rector de uno de los dos bandos la señaló adecuadamente.

La discusión no es cómo actuar institucionalmente, sino en qué momento dar la vuelta de tuerca a la toma del poder o a la prolongación en la conservación del mismo. Ni unos ni otros trabajan la estrategia, sino que viven en la táctica. Vienen y van y dan vueltas a la rueda como las cobayas en el laboratorio. Ahora le ha tocado al PSOE quizás por tener algunos instrumentos internos ligeramente más democráticos y avanzados, en otra coyuntura le tocará al PP y en otras a los nuevos partidos si no mantienen el compromiso de apertura con el que han abierto brecha. Afortunadamente ya nada es lo que era.

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