Con más votos, muchos más escaños y menos motivos para irse, Alfredo Pérez Rubalcaba, a la sazón líder de los socialistas españoles, dejó la dirección de su partido, asumiendo su responsabilidad ante lo que consideró un mal resultado electoral. Rubalcaba dio la cara en todo momento, sin esconderse en su cohorte de escribas y levitas, sin aislarse en su torre de marfil, haciendo las cosas como siempre se han hecho en el Partido Socialista. Hasta ahora.

En el ámbito de la política, pocos son los que apechan con su responsabilidad y haciendo gala de la necesaria dignidad que todo político precisa, ponen fin a esa carrera de obstáculos en las que unos son capaces de salvarlos todos o casi todos y otros van de tropiezo en tropiezo. A quien fuera vicepresidente del gobierno de España durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero y ministro durante la de Felipe González, se le podrá achacar lo que se quiera, pero nunca la falta de gallardía, de firmeza, de dignidad y valentía de las que otros carecen. La frustración que Rubalcaba dijo sentir ante unos resultados infinitamente mejores que los cosechados por Sánchez, se la tragó él solito, echándose a un lado y sin optar ni a dirigir de nuevo el partido, ni a ser candidato a las elecciones de 2015 en las primarias abiertas.

Sánchez, lejos de dar la cara, de asumir que él y solo él es culpable de la debacle electoral sufrida desde que asumiera el control del partido, se ha enrocado en su posición, para dar gusto a su esposa, que no al electorado socialista y mucho menos a los órganos de partido, a España y a los españoles y se ha instalado en su particular torre de marfil, víctima de un síndrome preocupante: el síndrome de la torre de marfil. Uno de los muchos síndromes que todo político con la necesaria cordura debe tratar de evitar.

Casi no hay que explicar en qué consiste el susodicho pero por si alguien no lo sabe, radica en subirse al poder, alejarse de la base ciudadana y desatender las preocupaciones diarias de los electores, a quienes apenas ven, subidos al pedestal de una gloria más bien efímera. El problema no es el PSOE ni está en el PSOE, el problema es Pedro Sánchez y está en Pedro Sánchez y en sus escribas y levitas que no le dejan pisar el suelo de la realidad por miedo a perder el favor del líder y por lo tanto el puesto conseguido dentro y fuera del organigrama de poder. Esos escribas y levitas que tanto presumen de regeneración no se han dado cuenta que siguen viviendo del voto que consiguieron sus antecesores, es decir, de las rentas. Lo que pasa es que esas rentas se han ido gastando, se han ido consumiendo.

Sánchez está en la obligación de pisar la realidad y el PSOE en la de desatascar esta vergonzosa situación que vive un partido, más que necesario, yo diría que imprescindible para la vida política de España.