Leía hace un par de días un artículo del toresano José Luis Pinilla, director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, acerca de la presentación del informe que anualmente lanza el Servicio Jesuita a Migrantes sobre la actividad de los polémicos CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros) y que sirve para poner el acento en el sentido cualitativo frente a la perspectiva cuantitativa.

En este sentido, ante la multitud de cifras y porcentajes, Pinilla se plantea la historia personal de sufrimiento que existe detrás de cada número, con nombre, con alma. Así las líneas de las gráficas de las estadísticas y los números de las tablas "tienen detrás rostros y latidos que acompasan el ritmo de miles de historias humanas, encerradas y estigmatizadas. Agravadas en su empobrecimiento porque la vulnerabilidad se concretiza en estos números con alma".

La actividad de estos centros, cuyas deficiencias en su funcionamiento y en su filosofía viene siendo denunciada por ONGs y las organizaciones sociales de la Iglesia, arroja un sinfín de números que, aunque a simple vista pueden dejarnos fríos, esconden detrás historias verdaderamente dramáticas.

La crisis política y social ha evidenciado la necesidad de avanzar en las políticas migratorias, de incidir en la hospitalidad del país que acoge, que es una virtud plenamente humana y cristiana. Cualquier acercamiento a la naturaleza del problema ha de hacerse desde el conocimiento de esas historias personales que llevan a sus protagonistas a experimentar el sufrimiento de la soledad, desde un ejercicio de ponernos en los zapatos o en los pies descalzos de esos hombres y mujeres que deambulan por el planeta tratando únicamente de recuperar su capacidad para soñar.