Primero fue el rollo del buen rollito, allá por la movida de los años 80, luego lo del buenísmo militante e imperante, y finalmente el ordeno y mando de lo correctamente político, y nada más. No solo en España, desde luego, pero aquí, un país tan radical y pendular, se nota mucho más. Una nueva y feroz inquisición, impuesta en parte gracias al uso de las nuevas tecnologías de la comunicación, y en especial de las llamadas redes sociales cultivando una doctrina interesada del todo vale y de la libertad de expresión en aras del pluralismo, la diversidad, la tolerancia y todo lo que se quiera.

Lo cual como que está muy bien, si fuera real, porque resulta y es bien fácil advertirlo que tras todo este peculiar postureo lo que prima, fundamentalmente, por encima incluso de las ideologías, es una inmensa capa de hipocresía, diciendo o haciendo una cosa, la que está bien vista, la norma no escrita o escrita que se debe cumplir, pero pensando y actuando de otra muy diferente. No es una cuestión de educación sino de la mera condición humana. Al que no pasa por el aro se le lapida a través de Internet, gracias al cobarde anonimato de la red. O se le aparta y se le margina. Siempre, claro, que el infractor de la corrección no sea de su cuerda o partido, que entonces lo mejor es callar.

La justificación de todo ello es siempre la misma: la libertad, sin admitir que haya límites. La libertad propia, pero no la ajena, la de los demás, porque entonces los nuevos inquisidores van directos a la yugular. Las redes sociales ya no son solo para el ligoteo de los jóvenes, que es para lo que fueron creadas, sino una herramienta usada para la política, para el pastoreo de las masas, para los fascismos de izquierdas y de derechas, para atacar al adversario, para impostar ideologías, y todo sin el mas mínimo reparo ni respeto por las opiniones y las dignidades ajenas. Es el caso del exabrupto del presidente de Cantabria contra los obispos que se limitan a impartir la fe de su doctrina y a tomar postura católica aunque no resulten muy correctamente políticas como se demanda y exige ahora.

Que les pongan un bozal a los obispos, ha dicho en Internet Miguel Ángel Revilla, este curioso personaje populista, que empezó siendo delegado comarcal de sindicatos en el franquismo y que fundó un pequeño partido regionalista gracias al cual y sin ganar nunca unas elecciones ha conseguido ser presidente de su comunidad tres mandatos, debido al apoyo del PSOE, además de ser vicepresidente con el PP, que a estos de las bisagras oportunistas les da lo mismo jugar al lado de uno o de otro, siempre que ellos estén y se beneficien del juego. O sea, que para el populista Revilla la libertad de expresión existe para él pero no para los obispos. La libertad bien entendida empieza por uno mismo. O la Inquisición a la inversa. No es que el presidente cántabro discrepe sino que exige que los representantes de la Iglesia cierren la boca y callen porque él no está de acuerdo con sus opiniones y creencias. Los obispos tienen todo el derecho a expresarse y a difundir sus mensajes entre los católicos, que son un 75 por ciento de la población española según los últimos datos.