Tenía un porte magnífico, pero no era solo su estatura de baloncestista o su aspecto exterior, a ello se sumaba su caballerosidad, su hidalguía, un no sé qué que tenía don Julio que cautivaba con solo cruzar unas pocas palabras con él. Don Julio tenía un excelente interior que afloraba en su mirada, en sus ademanes siempre correctos, en su conversación siempre agradable e interesante. Un hombre con el que podía hablarse de cualquier cosa, porque su sabiduría, que era tanta, abarcaba cualquier tema.

Me entero tarde de que don Julio Sánchez Santiago ha fallecido y puedo decir bien alto que me ha embargado la tristeza. No me lo esperaba. En realidad la muerte nunca se espera, te sorprende o te da algún aviso que no siempre se tiene en cuenta, hasta que un día hace acto de presencia y te envuelve en ese sudario blanco en el que te transporta al más allá. Lo que queda aquí es la carcasa, la vida se va lejos para hacerse eterna. Don Julio está en lo más alto del más allá, con la vista puesta en su Zamora del alma, en su esposa Quintina y en su hija, mi querida Belén.

En los últimos tiempos se hacía ya raro no ver pasar su distinguida figura por la calle en la que vivía, hacia la iglesia de San Torcuato donde, en infinidad de ocasiones, le dio la paz a mi papá con un apretón de los que saben a amigo, a buena persona, a hombre de ley, a señor y a caballero. Todo eso y mucho más era don Julio, tantos años ligado al Ayuntamiento de Zamora donde fue una institución. Un hombre que dejó huella, siempre desde la bonhomía que presidió todos sus actos.

Yo sentía y siento, ahora ligado a su recuerdo, un aprecio enorme por este señor que siempre me dedicó palabras de elogio y de cariño, un lector que me ayudaba a construir, alguna que otra vez desde la discrepancia educada, argumentada, elegante, porque don Julio era elegante por fuera, pero también por dentro, sobre todo en los adentros. Un señor que siempre supo estar a la altura en cualquier circunstancia y lugar. Dominaba las dos formas del "savoir" francés, el de saber ser y el de saber estar. Y mire que es harto difícil conjugar ambos, para don Julio no suponía ningún esfuerzo, lo llevaba en la sangre, corría por sus venas, estaba en sus ademanes, se filtraba en sus palabras y, además, era una gran persona.

La vida le dio no hace tanto un mazazo del que yo creo que nunca se recuperó. La marcha precipitada de su hijo Julio, aquel sueño que se eternizó y del que nunca volvió a despertar y que dejó en su buen padre un pozo de tristeza, que no de amargura. En el hondón de su alma se abrió una cicatriz muy dolorosa que, estoy segura, se habrá cerrado una vez que se haya reencontrado con Julio allá en lo alto.

La vida es un viaje, nunca una carrera, aunque también haya obstáculos que ralentizan la marcha. Don Julio hizo ese viaje, que ha culminado a sus maravillosos 83 años, sin prisa pero también sin pausa, haciendo camino al andar, sí, pero también al amar. Buen viaje, don Julio, amigo, entrañable compañero de tantas y tan enriquecedoras conversaciones.