Hoy se cumplen 15 años de aquel fatídico 11-S que muchos recordamos haber seguido en directo por televisión, durante los informativos de las tres de la tarde. Se nos cortaba la digestión con aquellos horribles atentados terroristas contra las Torres gemelas de Nueva York que se cobraron la vida de más de 3000 personas. Muchos dicen que aquella tragedia marcó un antes y un después en nuestra historia contemporánea por todo lo que se avecinaba: el terrorismo islámico que pretende "salvar" la humanidad liquidando a la mitad de ésta. Desgraciadamente los pronósticos se van cumpliendo. No mucho después sufrimos nuestro propio 11-M en Madrid, la mayor masacre de Europa; en número le siguieron las matanzas terroristas de París; anteriormente los atentados sincronizados en el metro de Londres; más recientes han sido las explosiones en los aeropuertos de Bruselas y Estambul que siguen añadiendo más y más muertos a las carnicerías perpetradas por estos hijos de Satanás.

Contrasta toda esta locura asesina y destructiva de los radicales con esa otra fuerza pacífica, invisible, silenciosa y transformadora del amor por parte de tantas congregaciones e instituciones, cristianas y no cristianas, que tanto bien están haciendo al mundo. Hoy quiero destacar el caso de la Misioneras de la Caridad (ya presentes en 133 países) y sus voluntarios. En medio de tanto odio, violencia y egoísmo hay que agradecer la impagable aportación de su fundadora, la Madre Teresa de Calcuta, con razón llamada la "Santa de los pobres"; canonizada por el papa Francisco el pasado domingo ante más de 100.000 personas. No sé a ustedes, amigos lectores, pero a mí cada vez me deja más perplejo esta doble inclinación del ser humano: tan capaz de lo mejor como de lo peor. Mientras un hombre fusila sin piedad a sus semejantes, existe otro que al mismo tiempo pide ser sustituido para salvar a alguno de los sentenciados a muerte. Viktor Frankl, que sobrevivió en varios campos de concentración nazis, decía: "El hombre es el ser que decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el ser que entró en ellas con paso firme y musitando una oración".

La Madre Teresa estuvo en otros campos de muerte sembrando vida, amor y esperanza en el Hijo de Dios que dio su vida por toda la humanidad. En el proyecto comunitario que elaboró, a la profesión de los tres votos tradicionales, añadió un cuarto voto: el de "servicio libre y de todo corazón a los más pobres de entre los pobres". Cuando esta infatigable bienhechora de la humanidad alimentaba a los pobres, los aseaba y curaba sus heridas consideraba que, tras ese "terrible disfraz", Jesús se hacía presente y sus palabras "A mí me lo hicisteis", se hacían realidad (Mt 25, 31-46).