Pensaba yo escribir del abracadabrante final de la "charlotada Soria" (si todo era normal y legal, ¿por qué le obligan a renunciar?) y de las reacciones que suscitó (¿conoceremos alguna vez la opinión de Clara San Damián, que ya, claro, no hará falta que la dé, como prometió, ante el Comité Ejecutivo u otros órganos rectores?), pero me llegó un texto publicado en un medio de comunicación de León que me cambió las intenciones.

Se trata de una pequeña e irónica noticia que me hizo reflexionar y soltar una carcajada. Firmada con las iniciales LNC, que corresponde, creo, a La Nueva Crónica, lleva este titular: "Pánico en el mundo rural ante el final del verano y la marcha de los hijos del pueblo y los veraneantes". Si uno se para ahí y no sigue leyendo más, pensará que eso es lo normal, que con la llegada de septiembre los pueblos vuelven a quedarse sin gente, desertizados y llenos de mayores. Ocurre en muchos sitios, no solo en León. Nada nuevo ni extraño.

Pero la curiosidad me condujo hacia un largo subtítulo que tiene su miga. Dice así: "Los vecinos de numerosas localidades han trasladado a los dirigentes sus temores "por no saber cómo se las podrán arreglar ahora que se vuelven a ir tantos listos". Vaya, vaya, vaya, qué cosas suceden en León. En el cuerpo de la noticia-cachondeo, de apenas tres o cuatro párrafos de extensión, se indicaba que los habitantes de las aldeas, los que residen todo el año allí, están asustados y atemorizados ante la futura ausencia "de toda esa gente lista que, en estos meses, nos dice como tenemos que revocar las fachadas, lo que tenemos que hacer con las fincas para que nos den más por ellas o cómo hemos de picar la leña para el invierno".

Con visible y notable retranca, se informaba de la existencia de un miedo generalizado ante el vacío que van a dejar esas personas "tan capacitadas que, en dos días, organizan las fiestas y desarman el pajar del abuelo". Y se hablaba del acuerdo adoptado para trasladar estos temores a los gestores de la cosa pública para que preparen un plan de choque para solucionar el problema. ¿Cómo? La idea -cuenta LNC- es contratar a los de "la capi, cuñados y demás ingenieros para que vayan al pueblo, al menos los domingos a comer, y puedan dar su opinión a los buenos vecinos que tanto se la piden y necesitan".

La noticia no dice si las autoridades han acogido bien, mal o regular esta petición, ni cómo van a encauzarla, ni si pasarán lista para saber cuántos veraneantes se acogerán a la iniciativa, ni si les gustará el menú dominical. Por tanto, se abren muchas incógnitas. Solo se sabe -continúa el texto- que con estos planes ya no será necesario desmontar las parabólicas ni quitar colchonetas y wifis de los teleclubes. Ni -agrego yo por mi cuenta- retirar los gallos de un corral porque su cantos al alba molestaban a unos veraneantes, hijos del pueblo llegados desde el norte, como sucedió hace unos años en un pueblo de La Guareña.

Leída y digerida la información, volví a repetirme eso de "vaya, vaya, vaya, qué cosas suceden en León". Y eso que parece una tierra más adelantada que esta, que, incluso, aspira a la autonomía uniprovincial o como cabeza del Viejo Reino, con Zamora y Salamanca como relleno. Aquí, en cambio, no se dan estas películas. Nuestros veraneantes retornados solo te cuentan que en el hospital de Cruces funcionan las cosas mucho mejor, que los huertos ecológicos de Alcorcón dan tomates más gordos y sabrosos que los del pueblo y que a nuestros vinos caseros les falta algo porque no han hecho como es debido la fermentación maloláctica.

Afortunadamente, no conviene generalizar y, también afortunadamente, hay muchas y benditas excepciones. Pero uno pilla conversaciones y oye comentarios que le hacen sentirse el más ignorante y analfabeto del mundo. Y se pregunta eso de cómo podremos vivir en los pueblos el resto del año, de septiembre a julio, sin los consejos, avisos y recomendaciones de los que se fueron como se fueron y vuelven dotados de la ciencia infusa y poseedores de una especie de bálsamo de Fierabrás que vale para todo, desde, como decían en León, revocar fachadas a comprar casi regalados, cochazos, pasando por la agricultura, la doma de caballos, la caza, la cocina, el vestir y hasta pasear los perros.

En fin, que me parece una idea excelente que las autoridades tomen cartas en el asunto y monten una comisión de veraneantes para que, en un par de semanas, resuelvan todos los problemas de los pueblos. Los que vivimos en el medio rural estamos deseando tomar nota. Si ya aprendimos a caminar con chándal, podemos aprender lo que nos pongan por delante. Que nadie nos llame atrasados.