Se acaban las vacaciones y ya está aquí, a la vuelta de la esquina, el regreso a clase, con todo lo que ello significa para todos. Pero especialmente para los escolares. No solo comienza el largo curso, con sus obligaciones y deberes, sino que llega a su fin el ancho tiempo del ciberocio, del ocio de la tecnología y la tecnología del ocio, al que a partir de cierta edad, en cuanto empiezan a manejar un mínimo los ordenadores, se apuntan desmedidamente la mayoría, ellos y ellas, consumiendo muchas de las horas del verano, que es ahora un verano casero, ante la pantalla, sin que nada recuerde aquellas ya tan lejanas vacaciones de antaño. Si acaso, una semana o dos de playa, con la familia y el retorno luego a los vídeo juegos en sus múltiples formas y dispositivos.

Aparte de esos grupos que se formaron y persisten, pero ya no tanto, a finales de julio, a la caza del Pokémon con el móvil en la mano, insólito espectáculo que ha sido la atracción del verano del 16, el hecho es que casi no se ven ya niños jugando o distrayéndose en la ciudad. Muy distinto a lo de antes, cuando contábamos los días que faltaban para las vacaciones de junio y poder jugar todos los días y a cualquier hora con amigos, compañeros de colegio, vecinos, y forasteros, en alegres, diversas y divertidas pandas de chicas y chicos que no soltábamos la bicicleta en aquellos meses y lo mismo organizábamos un partido de fútbol en plena calzada que corríamos desaforadamente por las aceras ante el enfado de los viandantes persiguiéndonos unos a otros jugando al escondite o a civiles y ladrones. Eso, el jugar juntos, aunque ahora no sea en lugares públicos siempre invadidos por el tráfico, sino en los parques solo lo hacen ya los más pequeños, los que aun no tienen su "smartphone" ni su tableta ni su Play, aunque estén deseando ya tener acceso a los mismos.

Los otros, los más mayores, los preadolescentes, adolescentes y jóvenes en general, se han convertido en adictos al ordenador, a los cascos, al micrófono, al ratón, y así, armados de tal guisa, conectados por Internet con otros colegas de su edad más o menos, a pocos o muchos kilómetros de distancia, pasan horas y horas del día, aislados casi, en una sedentaria actividad que apenas rompen solo para comer, acudir a la piscina, y poco más. En otros tiempos, los ratos en los que no se jugaba o se desarrollaba alguna actividad física, se leía, aunque no todos sino los menos gustaban de tal afición. No parece que en la actualidad los chicos lean, salvo excepcionalmente y salvo que sea por obligación, pues no en todos los casos ni en todas las casas se transige en la misma medida con tan acérrima actitud de sometimiento al ordenador, que, eso sí, se verá frenada ahora drásticamente ante unos estudios que cada vez son más exigentes y que la nueva ley de educación del PP ha endurecido.

El fin de semana, si las calificaciones escolares van bien, será el oasis durante el curso para estos tan jóvenes adictos a la informática y la virtualidad que, en esto apenas caben dudas, acabaran convertidos en auténticos expertos de las nuevas tecnologías de la comunicación.