El PSOE siempre ha tenido pánico a perder la hegemonía de la izquierda. En el fondo nunca ha considerado suyos los votos del centro, aunque haya luchado tanto por ellos y le hayan dado los mejores días. Un instinto entendible, que le viene de la historia (de la escisión comunista de 1921, al menos). Al inicio de la transición el PSOE se resistía a pactarla con Suárez, por miedo a que los comunistas le robaran el sitio, y tuvo que dar Carrillo el paso cerrando el escenario por la izquierda. Desde ese momento el PSOE ya se sintió cómodo. Luego el juego se repitió en los Pactos de la Moncloa. En las urnas del pasado junio el terror recorrió el espinazo del PSOE, y el suspiro de alivio ante el fallido sorpasso se oyó en el Himalaya. Si Iglesias fuera Carrillo esto ya estaría arreglado, pero no lo es. Aunque Iglesias tenga mandíbula de cristal su juego de piernas saca de quicio al PSOE.