Jesús a lo largo del camino que va recorriendo hacia Jerusalén se ve acompañado de muchas personas. Quieren estar con él. Están fascinados por él. Jesús no los rechaza, pero no quiere tampoco que lo sigan con falsas esperanzas. Les habla con toda claridad. Quien quiera seguirlo debe saber lo que se le exige. Las condiciones que Jesús plantea no son solo para un grupo selecto, sino para todos aquellos que quieran seguirlo.

Con las palabras duras de posponer a la familia, Jesús muestra que quien quiera seguirlo debe amarlo por encima de todas las demás personas, por encima también de las que le son más cercanas. Debe amarlo incluso más que a la propia vida. Pero el amor hacia él no excluye el amor a las demás personas. Es precisamente lo contrario, Jesús quiere que amemos al prójimo y que lo amemos a él a través de los rostros concretos, especialmente de los pobres, donde él se hace presente.

La vinculación a Jesús encuentra más obstáculos en el propio yo, es decir, en el egoísmo y en el amor a uno mismo. También la propia vida debe retroceder ante la vinculación a Jesús. Quien quiera seguirlo, ha de cargar con su propia cruz, ha de seguirlo incluso en el camino de la cruz.

A los vínculos con los familiares y con el propio yo se añaden los vínculos con los bienes materiales. También estos bienes deben estar subordinados a la relación con el señor. El cristiano no puede aferrarse a los bienes materiales y tiene que usarlos tal como pide la relación con Jesús, compartiéndolos e incluso estar dispuesto a renunciar a ellos si ponen en cuestión la fidelidad a Jesús.

Tendemos a querer seguir a Jesús, a ser cristianos, bajo nuestras condiciones. Muchas cosas de Jesús nos fascinan y nos atraen; otras nos agradan menos. Quisiéramos componer una forma de cristianismo a nuestra medida, a nuestro gusto, pero no es posible. Seguir a Jesús significa aceptar sus condiciones y la totalidad de su mensaje. Él nos deja libres para optar, pero si decidimos por él encontramos el sentido auténtico de la vida y la felicidad que solo él nos da.

Sorprende la libertad del papa Francisco para denunciar estilos de cristianos que poco tienen que ver con los discípulos de Jesús: "cristianos de buenos modales, pero malas costumbres", "creyentes de museo", "hipócritas de la casuística", "cristianos incapaces de vivir contra corriente", "cristianos educados" que no anuncian el evangelio, etc. ¡Ojalá no estemos entre ellos!