La estampa repetida de las últimas veces que vi a Miguel lo sitúa en un sillón, absorto en la plana superficie de las páginas del libro que en esos momentos sostenía en sus manos. La mirada ya perdida entre la tinta de los caracteres y el misterio recóndito de la mente humana que en un momento decide dejar de regir nuestra vida y se desliza, quién sabe hacia qué destino final, por los pliegues del tiempo y el espacio.

En esas ocasiones, al hablarle, levantaba la cabeza, dilataba las pupilas, estiraba la mirada y notabas como se ponía en disposición de escuchar con atención. Sus palabras habían quedado ya para siempre cautivas dentro de un laberinto de recuerdos. Encapsuladas en la infinita encrucijada de sinapsis con la que las neuronas nos convierten en dioses. Sin embargo leías en su mirada, en su aura y en su gesto, una perenne vocación de atenta escucha.

Años antes tuve mejor ocasión de conocerlo cuando aceptó el ofrecimiento de Antonio Vázquez para incorporarse al equipo municipal del que yo también formaba parte. Allí conocí a un Miguel sorprendente con el que no había tenido hasta entonces ocasión más que de cruzar algún saludo o breve conversación aislada.

Venía investido con el aura del gestor, vinculado a la mejor etapa de Caja Zamora y los primeros años de Caja España. También, es inevitable y siempre un orgullo para él, por llevar el nombre y apellido de su abuelo. El caso es que -por eso soy poco partidario de prejuzgar- esperaba una personalidad mucho menos cercana al suelo, menos humilde y proclive a integrarse dentro de un equipo cuyos miembros éramos bastante menos meritorios que él.

En cambio encontré al hombre deseoso de adaptarse a la dinámica del grupo ya existente. Dispuesto a aprender, a no desentonar y a aportar, con sencillez y generosidad, lo que de bueno pudiéramos entender el resto que él nos podía traer. Era un hombre culto, instruido, un humanista y un intelectual, lo cual, "a priori", no conforma el perfil óptimo para acoplarse a la política de nuestros tiempos o a la gestión basada en decisiones permanentes y alcance directo de una corporación municipal.

Con ciertos problemas internos en la concejalía de Seguridad Ciudadana y sobre todo con la apuesta compartida por ganar el casco histórico de manera prevalente para los peatones, descubrí a ese compañero siempre abierto a la escucha atenta. A una persona reposada pero con criterios asentados. Huidizo de conflictos o enfrentamientos pero comprometido con su deber y convicciones.

Tienen mala prensa el intelecto y la reflexión. Son tiempos de acción y corto-plazo, pero agradezco al destino haber podido aprender de Miguel y de otros compañeros de aventura cosas que solo se hallan en el libro de la vida. Ese sobre el que el Miguel de los últimos tiempos volcaba su mirada, su atención y el plasma de sus recuerdos. Gracias compañero, nos vemos.

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