Vuelve el espectáculo, y no nos referimos, que también, a la próxima sesión de investidura de Mariano Rajoy, que o acepta el mandato constitucional del rey o debiera dimitir, sin más, y dejar paso a la gobernabilidad del país, para la cual es el mayor obstáculo. A la presidenta del Congreso, Ana Pastor, no le queda otra que fijar fecha, y esperar o el fracaso previsto del candidato del PP o el milagro que evitaría unas terceras elecciones que nadie quiere. Política es política, parafraseando a Boskov.

Pero no, no se trata de eso, sino de otro espectáculo que vuelve: el fútbol. En realidad nunca se ha ido del todo este verano pues hace apenas tres semanas que finalizó el campeonato de Europa. Mas al referirse al fútbol a lo que se refieren millones de aficionados de los cinco continentes es al Real Madrid tantas veces señalado como el mejor club y el mejor equipo del mundo. Y a los blancos ya los tenemos en la pantalla de televisión jugando sus primeros partidos amistosos previos al inicio de las competiciones oficiales a una semana vista.

No son bolos cualquiera, sino encuentros en lugares que pagan mucho y bien por ver en acción a los mejores del balompié europeo. El Madrid debutó mal, perdiendo su primer partido contra el potente y millonario PSG parisino, y el sábado noche se enfrentó a un rival mítico, el también millonario Chelsea londinense, obra de Mouriño aunque ahora el portugués ya no esté allí. Tras la mala impresión causada en el debut por tierras norteamericanas, Zidane presentó en Michigan, en un estadio con 110.000 personas, un once mezcla de titulares, pocos, y suplentes de primera linea y con experiencia. Arrolló el Real a los ingleses y se fue al descanso en la primera parte con un 3-0 a favor.

El buen sabor de boca ante la pequeña pantalla se acabó ahí. Porque en la segunda mitad el técnico francés decidió dar entrada a siete, no ya suplentes, sino meros jugadores del Castilla, su filial en Segunda B. Y aquello fue un desastre, un partido de patio de colegio, sin colocación sobre el terreno de juego y con escasas o nulas calidades en los jóvenes futbolistas, cuyos fallos en defensa se sucedían. Si llega a durar un poco más, el Chelsea acaba ganando, pero en todo caso causó una pésima imagen este absurdo comportamiento de Zidane.

El Madrid está obligado siempre a vencer y a convencer. Además, lo que no puede hacer el entrenador es jugar la mitad del partido con el Castilla cuando los espectadores han pagado por ver al Madrid, aunque sea sin sus grandes estrellas. Pero no a jugadores de Segunda B, casi ninguno de los cuales llegará a jugar en el equipo blanco y algunos puede que ni en Primera División. En este tipo de encuentros, los entrenadores suelen hacer una mezcla de titulares y suplentes, probando estados de formas y estrategias para la temporada que viene. Lo hecho por Zidane es lo nunca visto. Va a ser un año de prueba para el técnico francés, que poco está demostrando aunque ganase el Madrid la Champions gracias a que el Atlético falló un penalti. Pero la suerte no acompaña siempre, ni siquiera a los campeones.