En más de una ocasión uno está tentado de preguntar. Es más, cuando el interrogante llega a interesar, a preocupar o a estimular, al que más y al que menos le entran ganas de hacerlo, aunque para ello tenga que hacer uso de cierta insolencia, ya que, a veces, la verdad puede llegar a molestar, a indisponer, a disgustar. Pero, a pesar de ello, cierta mañana de esas en las que el cielo no se muestra gris, ni cubierto por perturbadoras nubes, uno se decide a preguntar, no sin antes haberse interrogado sobre el por qué, y sobre cual puede llegar a ser la posible respuesta. Es ese el día en el que se desvanece la duda de poder incomodar, en el que se entiende que el no hacerlo no va ninguna parte. Y ese día uno lanza al viento sus dudas, sus anhelos, sus deseos de enfrentarse a la realidad, por dura o molesta que esta pueda resultar. Porque no hacerlo así, no evitaría que llegara el día en que la respuesta se hiciera evidente y, se quisiera o no, se terminaría sabiendo. Y es que aunque la verdad sea una asignatura difícil, que se suele suspender mientras se vive, lo cierto es que como es tan contumaz, al final, termina apareciendo.

Sabemos que para convivir, prosperar y progresar es importante saber fingir, al menos eso es lo que dicen algunos, aunque también haya otros que opinan que consiste en poner las cartas sobre la mesa y mirar de frente. Si hacemos caso a estos últimos, quizás sea este el momento adecuado para tratar de aclarar ciertas dudas, como la que rodea al proyecto del nuevo Museo de Semana Santa. Porque no queda claro si se quiere o no se quiere ni hasta dónde se está dispuesto a llegar para conseguirlo; ni tampoco se entiende demasiado esa fijación en elegir lugares tan concretos para ser ubicado, ya que no parece que vengan dados, exclusivamente, por sus emplazamientos y dimensiones, sino, más bien, por tratarse de propiedades públicas y en el fondo lo que posiblemente se esté esperando es no tener que desembolsar un solo euro por ellos. Cierto es que si se piensa así, no lo es por tacañería ni por ganas de incordiar, sino por falta de posibles para poder pagar a tocateja un solar o un edificio capaz de albergar tal proyecto.

Lo cierto es que si se busca un solar a un precio asequible habría que acudir a un polígono industrial o a algo parecido -ya que la especulación no permitiría otro tipo de opción- pero obviamente no sería aquel un lugar adecuado. De manera que salvo que se haya sido víctima de un golpe de calor, en este mes de julio tan extremo que padecemos, nadie puede pensar que, de un día para otro, vaya a surgir alguien que, de buenas a primeras, decida donarlo, cederlo o compartirlo, sin exigir siquiera algún tipo de compensación.

De manera que como no se confía que surja un mecenas dispuesto a financiarlo, donarlo o cederlo, lo único que queda es pedirlo, solicitarlo o exigirlo a las instituciones o a las administraciones públicas. Y no es que tal postura merezca ser criticable, pero sí lo sería si se predispusiera a la gente a que si la cosa no saliera bien o no continuara adelante, en los términos esperados, se le pueda echar la culpa a un tercero.

Salvando las distancias, es difícil llegar a imaginarse que se le ocurriera a la Alcaldía de Madrid ceder parte del Parque del Retiro para una ampliación del Museo del Prado, por el mero hecho de que la pinacoteca se encuentre a muy pocos pasos del citado oasis, ubicado en el centro de la ciudad, ya que sería más razonable hacer uso del edificio que antes fuera Museo del Ejército (hoy en el Alcázar de Toledo) o del propio Hotel Ritz, por poner por caso, puesto que consistiría simplemente en cambiar el uso de determinado edificio, sin cargarse una zona tan popular de asueto y recreo.

Aquí, en Zamora, además de los sitios barajados hasta ahora, incluido el Parque de San Martín, hay quienes -sin hacer "casus belli"- opinan que no debe olvidarse tampoco que la Diputación dispone, para la gestión provincial, de tres edificios -uno de ellos de reciente construcción- y quizás tanto espacio no sea requerido para tales funciones, de manera que el edificio del Hospital de la Encarnación, que por su ubicación, dimensiones y empaque podría ser considerado, en todo o en parte, a esos efectos, como lugar idóneo para dar cobijo a tan manoseado proyecto.

El caso es que, vuelta arriba, vuelta abajo, a estas alturas de la película, todavía los zamoranos se plantean si la brújula señala o no al Norte, de forma que el desenlace del susodicho museo sea tan imprevisible como los movimientos de caballo en el juego del ajedrez.