Fran y Elena se han ido a casar en Sanabria, allí donde se hallan las raíces del novio y donde sus antepasados reposan en el sueño eterno. Cuando hablo con un amigo que se las da de progre contándole la boda de mis amigos, me dice con socarronería: "¡Ah!, ¿pero ahora la gente se casa?". Mi amigo me remite a las "wags" de los futbolistas como ejemplo. "¿"wags" has dicho? ¿Qué es eso?". "Pero hombre, pero hombre, ¿no sabes qué es una "wag"? Wag es un acrónimo, un término que toma las iniciales de tres palabras en inglés, a saber, "Wifes And Girlfriends", traducido "mujeres y novias", pero aplicado a los futbolistas. Ya sabes, el otro día una revista se daba un reportaje sobre las "wags" españolas que han ido con nuestros héroes a la Eurocopa, todas mujeres corporalmente bien construidas y que, por lo general, tienen que ver con el mundo de la moda o los medios y que son pareja de nuestros héroes sin haber pasado por el altar o el ayuntamiento, o sea, arrejuntados, como se decía antes. Estos futbolistas son un referente social especialmente para los jóvenes, que ven en ellos un modelo a seguir, un ideal en su vida. "¿Pero además son héroes?", pregunto. "Eso es lo que escriben los plumillas: leemos titulares en la prensa como "Nuestros héroes agasajados en la Cibeles, Griezmann, héroe de Francia, Piqué de villano a héroe, etc"? Ahí me quedo yo pensando dubitativo, porque entiendo que héroe es aquel que pone en riesgo su vida por defender unos valores supremos, tal Daoiz y Velarde o los últimos de Filipinas, y que a veces, casi siempre, mueren en el empeño, cuando, en cambio, los futbolistas son simplemente deportistas que juegan con una esfera de cuero, jugadores, diestros en usar sus piernas para un fin trivial, que a lo sumo pueden recibir una patada en el cuerpo que les dé retiro por unos días. Pero ¿el testarazo de Piqué a la red de la portería checa podemos calificarlo como un acto heroico? El héroe verdadero es, por lo general, un perdedor, incluso puede perder la vida; en cambio, el futbolista es un ganador, gana fama y una pasta gansa? Pero, bueno, ¿no iba a hablar de la celebración de una boda en Sanabria?

Pues sí, Fran y Elena se han casado. Esto me ha deparado el placer de volver a Sanabria, pues hacía algunos años que no lo hacía. Para mí y, creo que para muchos zamoranos como yo, especialmente los que estamos en la diáspora, Sanabria es tres puntos: Puebla, El Puente y el Lago, y pare usted de contar, pero esta boda me ha permitido descubrir otra Sanabria más profunda, más auténtica, más pura, una Sanabria recóndita y yo diría que también mágica. La recepción de los invitados tuvo lugar en la víspera de la boda en Robleda, un poblado perdido en el mapa. Ello nos obligó a abandonar la carretera principal y enfilar el coche a carreteras secundarias que nos deparaban otra visión nueva del paisaje. Cuando uno va por tierra de campos hay horizontes. Uno ve a lo lejos un pueblo en la llanura dominado por la torre de la iglesia y, a mediada que nos acercamos, lo que vemos se va agrandando hasta adquirir al llegar una visión completa y cercana y no hay sorpresa. En cambio, al meternos en las entrañas de Sanabria ya la cosa cambia y se da la sorpresa. En estos vericuetos hay delante una muralla de verdor, un bosque de robles, castaños?, y de repente a una vuelta del camino aparecen unas casas, una aldea. Esa es la sorpresa. No hay horizonte que previamente la haya adivinado. Y así seguimos en el camino siendo sorprendidos por parajes imprevistos llenos de encanto y belleza. Pueblos o aldeas insólitos: Villarino, Valdespino, Santiago de la Requejada, Rionegrito, Cervantes (para soñar con don Quijote tal como imagina nuestro visionario paisano Leandro)? El punto final es Robleda. Una indicación nos señala el prado donde aparcar. Todo parece a primera vista muy bien organizado. Los coches, en su mayoría procedentes de Madrid, donde viven los contrayentes, van llegado a este aparcamiento improvisado. Pasamos al jardín delante de la mansión familiar donde un catering ofrece refrigerio a los recién llegados. Nuestros abrazos y besos más cálidos a la pareja. Fran luego se pone un sombrero mexicano que le ha traído su amigo José, hijo de zamorano, que reside en la capital azteca, solo le faltan la canana y los pistolones para emular a Pancho Villa y entonces se convierte en el objeto de los selfies posando en plan charro en compañía de sus invitados uno por uno o en grupo. Y así el encuentro y la fiesta de bienvenida se mantienen hasta la medianoche.

Hacía mucho que yo no iba por Puebla y su visión de ahora me ha sorprendido gratamente. Recuerdo muchos de sus edificios medio arruinados y abandonados, ahora rehabilitados y algunos de ellos convertidos en modernos albergues. Sospecho que tras de ello está la mano de uno de sus hijos, el arquitecto Paco Somoza, que vela por la conservación del patrimonio local de su villa natal. Paseando por sus calles, cuesta arriba, cuesta abajo, nos encontramos a muchos de los invitados a la boda haciendo un paseo turístico ya que hasta las siete de la tarde no tiene lugar el casamiento. José, el amigo español "mexicano" de Fran, se va al lago con unos amigos a darse un remojón. "El año que viene, cuando venga de vacaciones a España -dice-, como ya funcionará el AVE, salgo temprano de Madrid y a las once de la mañana ya estoy en el lago, donde paso casi todo el día, y ya a las seis regreso a Chamartín"?

El enlace matrimonial tiene lugar en uno de estos pueblos o aldeas idílicos de la Sanabria interior: Paramio. En su iglesita apenas caben los asistentes. La ceremonia es oficiada por don Fernando, el párroco carismático de Los Arroyos, cerca de El Escorial donde reside Fran, y un clérigo alemán del que este es amigo de su época de estudiante en París. Un coro acompaña la ceremonia religiosa. Fran y Elena se dan el "sí, quiero". La salida de la pareja, ya marido y mujer, es apoteósica. En el exterior el grupo folclórico de Zamora Doña Urraca ameniza la fiesta con sus cantos y bailes, mientras se pueden degustar bebidas y canapés en unos puestos montados por la empresa de catering. Muy bonito el baile en que el danzarín o la danzarina mueven las piernas alrededor de una botella puesta en el suelo sin que lleguen a rozarla. Los novios son invitados a bailar lo mismo. Elena se levanta ligeramente su vestido blanco y acierta: aprobado. Fran lo intenta y tira la botella: suspenso. Todo son risas y regocijo. Ya más tarde los novios con todos los invitados se dirigen a una carpa instalada cerca. Yo, que soy de poco comer por la noche, me pregunto si no será mejor irse ya al hotel y dejar el banquete. Pero me quedo y participo de la buena mesa. Ya en los postres ponen un broche de oro los fuegos artificiales que a través del techo trasparente contemplamos sorprendidos. ¿Cómo recibirán los escasos habitantes de Paramio ese espectáculo gratuito de palmeras luminosas y arcos triunfales de colores encendidos en la noche habitualmente silenciosa de su bucólico pueblo? Luego ya fuera de la carpa una orquestina inicia el baile. La pareja da los primeros compases del vals sobre unas planchas de madera montadas sobre el césped. Luego ya la música cambia de ritmo y jóvenes y no tan jóvenes se lanzan a la pista. Eso es mucho para mi asendereado cuerpo, me digo, ya que el ritmo ahora es frenético y no sé si lo que se baila es baile o es aeróbic: todo es dar saltos ininterrumpidamente con los brazos en alto, dale que te pego, y no hay más. Pasada la medianoche tomo el autobús de que disponemos los invitados, que se mantendrá en turnos, y ya con un personal más maduro regreso al hotel. Creo que hasta las cuatro de la madrugada se mantuvo la fiesta.

Ya de vuelta a Madrid recordé con nostalgia los días del verano que pasaba con mi familia y mis primos en Trefacio. Vivíamos en casa de la señora Adoración, que más tarde puso un hostal en Zamora con el nombre de su pueblo y ahora, remozado y con otros dueños, es un buen hotel. ¡Trefacio, aún persiste en mi memoria el olor de sus regatos corriendo sus aguas cristalinas calle abajo!... Hago propósito de volver a Sanabria, a esta profunda Sanabria, que nos vuelve a la infancia, pero también a lo más sano, primitivo y puro de la naturaleza.

Y nada más me queda que desear a Fran y Elena, a Elena y Fran, pues tanto monta monta tanto, una feliz singladura que dure siempre, que dure toda su vida, en paz, alegría, ilusión y fecundidad.