La región de Castilla y León fue considerada durante siglos el granero de Europa, cuando sobre todo el trigo producido en estas tierras era muy apreciado en todo el continente por su calidad que servía para elaborar un pan imprescindible en la dieta diaria. La cosecha cerealista se convirtió entre los siglos XIV y XVIII en el patrón que marcaba el desarrollo de la economía. La merma en las producciones de grano suponía hambrunas, tensiones sociales y cambios políticos. La importancia del agro se fue difuminando tras la revolución industrial y en las últimas décadas, debido a los cambios sufridos por la economía de mercado, ha perdido trascendencia y sobrevive a la sombra del Estado, a pesar de que sigue cumpliendo la función imprescindible de dar de comer a la población.

En Zamora, por su condición de provincia netamente rural, la actividad agropecuaria tiene más importancia que en otras. Tanto que de cómo venga el año agrario dependen otros sectores. En el caso del comercio, la relación es muy directa y lo comprueban todos los años los industriales que reconocen que su balance de ventas está muy ligado a la cosecha de materias primas.

La actividad agropecuaria ya no está monopolizada, como antaño, por la producción cerealista. De hecho, el sector ganadero aporta más al PIB de la provincia que el agrícola. Pero el resultado de la cosecha de grano sigue contando y mucho en el balance económico anual. Por eso, que esta campaña el crecimiento sea de un 60% respecto a la anterior, con rendimientos medios de 4.000 kilos por hectárea, no deja de ser una extraordinaria noticia para Zamora.

La Junta de Castilla y León ha querido remarcar la abundante cosecha cerealista de Zamora con la presencia de la consejera de Agricultura, Milagros Marcos, que presentó el miércoles el balance regional en San Marcial subida en una cosechadora. Aunque todavía no ha finalizado la campaña, se estima que la producción final llegará en la provincia a 622.700 toneladas, muy por encima de las 388.000 del año pasado. En la región la cifra superará los 7,6 millones de toneladas, cerca del 40% de la producción nacional.

Los agricultores cerealistas reconocen el buen año agrícola, pero lamentan la caída de precios que, contrariamente a lo que sucedía hace años, no tiene que ver con la sobreproducción sino con el mercado internacional y la cotización marcada por la bolsa de Chicago en base a la cosecha mundial, los excedentes, la abundancia de otras materias primas y los contratos a futuro.

La queja de los productores sobre las cotizaciones está justificada porque lo que cobran hoy por un kilo de trigo o cebada es lo mismo que hace 30 años, lo que no ocurre en ninguna otra actividad y resulta casi increíble teniendo en cuenta el incremento de los costes. La pérdida de rentabilidad por hectárea es un hecho que se viene repitiendo desde hace años y que solo se solventa con el incremento de la superficie de las explotaciones y con los pagos compensatorios de la PAC. Las organizaciones agrarias piden mecanismos de intervención de precios para evitar, que pese a un incremento del 50% de la producción, las bajas cotizaciones hagan que el agricultor apenas note esta excelente cosecha en su renta. De hecho, si el valor de la cosecha regional de 2015 se situó en torno a los mil millones de euros, no va a ser muy superior la de este año por los bajos precios.

La producción cerealista, como otras de subsectores agropecuarios de la región, sigue teniendo un reto pendiente, el de la transformación en la propia comunidad autónoma. Más de la mitad de la cosecha se va fuera de la región para potenciar alimentos que se elaboran en otras comunidades autónomas y países europeos. Proyectos como el de la cooperativa Cobadú suponen un ejemplo a seguir y una muestra de que transformar las materias primas propias supone un valor añadido muy apreciado por el mercado.

Los grandes rendimientos por hectárea de este año debido, sobre todo, a un invierno lluvioso y a una primavera muy benigna vuelve a poner sobre la mesa la importancia del agua en una región con un amplio territorio (un patrimonio que nunca se ha apreciado y valorado lo suficiente) y terrenos feraces. Si se asegurara el agua, las producciones podrían superar todos los años los 4.000 kilos por hectárea. De ahí la necesidad de que la Administración regional no deje aparcados los planes de regadío. Contar con unas infraestructuras de riego adecuadas daría estabilidad al sector cerealista y garantizaría producciones competitivas, que se podrían transformar en la región con la implantación de más harineras y de fábricas de piensos. En Zamora son varios los planes de regadío que esperan desde hace años, el más importante, sin duda, el de la margen izquierda del Tera.

A los buenos datos cerealistas se une un excelente año para la ganadería extensiva que tiene pastos más abundantes que nunca, una excelente noticia para un subsector que también necesita apoyo por los bajos precios de la leche y la carne. El campo necesita para sobrevivir una naturaleza benigna que compense su indefensión ante las tormentas incontroladas que produce la globalización.