Bajo un calor sofocante y un cielo límpido, como azul metálico, comenzó la XII Legislatura entre amagos de levedad y amenazas de nuevas elecciones. Ya no extrañan las rastas de Alberto Rodríguez, la camisa sudada de Pablo Iglesias o las tomas de posesión con discurso revolucionario. "Que no soy de un pueblo de bueyes", dijo Bescansa. "Porque fueron somos, porque somos serán", añadió su compañero Errejón, y su jefe de filas concluyó: "Nunca más un país sin su gente. Nunca más un país sin sus pueblos". Anuncios reivindicativos para prometer o jurar la Constitución con el puño en alto, como si los diputados de las anteriores Cortes no representaran al pueblo o fueran bueyes en vez de toros.

Las primeras escaramuzas para la constitución de la Mesa del Congreso anuncian que los nuevos tiempos de la política serán de negociación y pacto, pero también de añagazas y celadas. Todos quieren saber cuál es la filiación de esos diez votos secretos que, además de los del PP y C´s, apoyaron la presidencia de Ana Pastor al Congreso. Errejón e Iglesias han comprendido que aquel Gobierno alternativo al PP de la España plurinacional no va a ser posible: su candidato a la presidencia del Congreso no tuvo más que los votos de UP. Pero también Pedro Sánchez se llevó una sorpresa al comprobar cómo el acérrimo enemigo de Rajoy, Homs, sostenía a su candidata después de reiterar que jamás apoyarían un Gobierno del PP y de vaticinar como exabrupto unas nuevas elecciones.

La confusión y el desconcierto imperan en el comienzo de esta nueva Legislatura. Algunos jóvenes socialistas no entienden la estrategia de Sánchez, que parece empeñado en conseguir la investidura de Rajoy con el apoyo de C´s y los nacionalistas, en lugar de liderar la alternativa a un Gobierno en minoría del PP. Pero Sánchez quiere acaparar el protagonismo de la oposición de izquierdas al Gobierno, y para esto necesita que este se constituya y mantener inmaculada su abstención. Entre la derecha y la izquierda, Rivera intenta acotar su espacio político, porque no quiere que se le tilde de marca blanca del PP ni de intonso compañero de viaje del PSOE; de ahí sus vaivenes respecto al veto a Rajoy y a la alianza de los socialistas con UP. Ahora pone en un brete su prístina voluntad de negociación y acuerdo con la amenaza de un no a Rajoy si este pacta con los nacionalistas, como si hacerlo fuera vender su alma al diablo. Quizá los más desconcertados hayan sido Iglesias y sus compañeros. Han aplicado al dictado las teorías de Lacau y el significante vacío, creando una confusión en el electorado que ha terminado por abandonarlos. Buscaron la hegemonía ofreciendo un liderazgo al hartazgo de los ciudadanos frente a la corrupción y los privilegios de la casta, pero el abuso de la inanidad terminó por alertar a los indignados. Creyeron que el pueblo era la calle, pero el pueblo también es el que no se manifiesta, y ahora descubren atónitos que en el Parlamento nada es lo que parece y que quien ayer te guiñaba cómplice hoy te vuelve la espalda. Tendrán que leer más a Maquiavelo para sobrevivir a engaños y conjuras.

El viejo zorro galaico, al que acusan de vago e inmovilista por despecho sus adversarios, se ha aprendido de memoria "El Príncipe" y aplica sus lecciones tanto en apariencia como en envite. Ha combatido el soberanismo con recursos judiciales y llamadas a la unidad de la patria, y la herencia socialista con cifras y reformas; pero no le duelen prendas solicitar una alianza con los segundos para salvar a España del caos, ni le sonroja pactar con los primeros para reintegrarlos a la política nacional. "El gobernante prudente, que no quiere perderse, no puede ni debe estar al cumplimiento de sus promesas, sino mientras no le pare perjuicio, y en tanto que subsisten las circunstancias del tiempo en que se comprometió", aconseja Maquiavelo.