Una vez más, el terrorismo ha causado en Europa muerte y desolación. También una vez más se ha comentado que su objetivo es aniquilar la forma de vida de una sociedad, la occidental. Sea inducido o no por el yihadismo, el terrorismo asesina para generar miedo, caos e inseguridad. El terrorismo islamista no tiene solo un componente ultra religioso, sino también antioccidental. Si el pretexto fuera el desarraigo, la injusticia y la desigualdad, los objetivos se extenderían a otras sociedades mucho más injustas, como es patente en la mayoría de los países árabes, por ejemplo Arabia Saudí e Irán.

Parece que nos enfrentamos a dos mundos irreconciliables: el del bienestar material, basado en la libertad comercial e individual, y el de una teocracia subyugante, que pretende imponer a sangre y fuego un sistema totalitario. La religión, en este caso la islámica radical, juega un papel fundamental.

Se podría apelar a la historia para comprobar cómo la religión conformó estados y modos de vida unívocos o amordazados, en donde los individuos eran prosélitos sometidos a unos preceptos inapelables, porque se les aseguraba que estaban dictados o avalados por el mismo Dios. Hasta hace no muchos años nos quisieron convencer de que Francisco Franco era "caudillo de España por la gracia de Dios". Así constaba en las mismas monedas de curso legal.

No es, por tanto, nada nuevo apelar a Dios o a Mahoma para justificar el poder totalitario, ni las atrocidades pertinentes. Entre esta aberración y el ateísmo práctico que impera en Occidente no hay solución de continuidad. Es evidente, por ejemplo, que Europa ha abdicado de sus raíces cristianas, quizá por considerar que coartaban tanto la libertad como la razón. No existen actualmente teólogos de envergadura que ayuden a las personas cristianas a vivir alegre y honestamente sin renunciar a la trascendencia.

Es un hecho que las iglesias están cada vez más vacías y las mezquitas cada vez más llenas. La religión cristiana se ha postergado a las sacristías y a los festejos patronales, pero apenas incide en la vida personal. Me preocupa que la exposición de Las Edades del Hombre, que actualmente se celebra en Toro, se esté aireando más como negocio que como manifestación de una profunda cultura cristiana. El arte sacro no debería difundirse solo para ser admirado ni para fomentar el turismo, sino también para dinamizar la fe cristiana que lo nutrió. Por eso, tendría que servir de acicate para proyectar este legado religioso en la sociedad actual. Da la impresión de que Dios existió en el pasado, pero que ya no dice nada a una sociedad cuyo objetivo es mantener a toda costa un nivel de bienestar material.

Es a esta sociedad a la que golpea brutalmente el terrorismo yihadista con una gran ventaja: la encuentra desarmada y preocupada solamente de que las fuerzas de seguridad impidan los atentados. Dudo mucho que se pueda frenar a corto plazo esta escalada de violencia, porque no se trata de una guerra al uso, sino de una lucha mercenaria con la promesa del paraíso como un botín.

Convertir al Estado en policía permanente, cada vez con más efectivos y mejor armados, es una forma de debilitarlo; pero sobre todo de generar miedo en la sociedad. Por eso, tienen cada vez más adeptos los movimientos ultranacionalistas, que son a la postre otra forma de totalitarismo, aupado por el miedo a una nueva invasión de los bárbaros. Hay un matiz importante: estos bárbaros ya no llegan de fuera, sino que han nacido en los países que intentan destruir y dominar.