El alcohol no hace precisamente cívicos a sus consumidores. Nunca entenderé que para divertirse haya que ponerse hasta el moño o hasta el gorro de bebidas alcohólicas. En San Pedro tuvimos ya experiencias múltiples de chavalitos y chavalitas a punto de coma etílico. En ese punto es donde puede surgir la agresión sexual, a la orden del día en fiestas de toda clase y condición. Los agresores no entienden o no quieren entender que no es no, y no hay más cáscaras. No hay derecho a lo que está sucediendo en el verano festivo español. El peor ejemplo lo constituye una de las mejores fiestas que conozco y en la que he participado muchos años. Me refiero a las fiestas de San Fermín.

Este año, a la habitual mano de rechazo a las agresiones sexistas se han sumado los colores rojo y verde, a modo de semáforo, asociados a comportamientos aceptables o rechazables en fiestas. De poco ha servido. Se estrenaron los sanfermines con la detención de cinco personas como presuntos autores de una agresión sexual que tuvo lugar en la primera noche de fiesta en la capital navarra. En fiesta no todo vale, lo cual es aplicable a las pocas que tiene Zamora. Y que conste para los que se pasan veinte pueblos, el consumo de alcohol no justifica las agresiones de ningún tipo, fundamentalmente las sexuales.

Hay que gritar con fuerza un no firme y contundente a la cultura de la violación en la que algunos sacan matrícula de deshonor. No es no. Y cuando una mujer rechaza no hay más cáscaras. Porque lo que puede ser un acto de amor o de placer se convierte en eso tan asqueroso, sucio y repugnante cual es la violación. La labor policial conjunta para la detención de los presuntos fue vital, como vital es que se denuncie, que no se callen este tipo de agresiones. Hay que acabar con esa casta que cree a pies juntillas que puede salirse con la suya una y otra vez. A la primera hay que cazarlos y castigar sus actos como corresponde. Y cuando las violaciones son colectivas, es decir, la practican varios individuos a una misma víctima el castigo debe ser mayor todavía.

Y que no me vengan con que si el escote, si la minifalda, si la transparencia? El límite de la provocación está en los ojos del que mira de una forma inequívoca. Lástima que, en medio de una fiesta bañada en alcohol, las futuras víctimas no se percaten de esas miradas libidinosas que esconden lo que el agresor no tarda en ejecutar, solo o en compañía. Y las mujeres ya estamos hartas de que se nos apunte con el índice acusador exonerando al violador. No es la primera vez que se exculpa a un transgresor en función de la vestimenta de la víctima. Una vergüenza y una pena.

Para algunos ni el burka conseguiría apaciguar su lascivia. Nuestra sociedad debe mostrarse inflexible con cualquier tipo de agresión sexista. Extremar la vigilancia cuando las ciudades se visten de fiesta es de suma importancia. Ya sé que solemos cargar de trabajo, duplicándolo, a los representantes de la ley y el orden, pero si se pueden evitar, mejor que curar, las heridas físicas y psicológicas que deja una violación habremos avanzado mucho, habremos dado un paso de gigante. Y a los que pillen que les hagan escribir en la celda así como un millón de veces: "no es no". Y no hay más que hablar al respecto.