Si aplicamos el oído diligentemente todo nos habla en nuestra vida. Vulgarmente se cree que solo la voz de las personas nos dice algo; sin embargo esa es una de tantas inexactitudes como nos invaden permanentemente. El secreto está en la actitud que adoptemos a lo largo de nuestro estado de vigilia. Es suficiente aplicar una atención vigilante para que todo a nuestro alrededor nos esté diciendo algo muy importante para nuestra propia vida. En este sentido, podemos decir que todas las cosas son parlanchinas y están diciéndonos algo importante. Lo que ocurre es que prima nuestra despreocupación y ponemos oídos sordos a todo lo que no sea una franca comunicación con el prójimo. Incluso cerramos nuestro mundo personal y somos capaces de permanecer callados con el exterior y mudos con nosotros mismos. Hemos llegado a no ser capaces de reflexionar en el silencio de nuestra propia autoconciencia.

En esta apreciación de voces exteriores que nos hablan, aunque no nos demos cuenta, tienen una especial existencia las puertas. Tal vez no queramos ver en ellas más que un pedazo de madera o metal que nos sirve para aislarnos y cerrar nuestra intimidad a la mirada del prójimo. Y, en reciprocidad, creemos que la puerta del vecino es la barrera que nos aísla de su vida y hace que, siendo muy próximos en el espacio, seamos muy independientes en lo social.

Es muy elocuente el lenguaje de las puertas. Se abre una puerta y, como sin querer, viene a nuestra imaginación todo lo que hemos vivido o visto dentro de aquel recinto. Es como una película que se desarrolla ante nuestra vista imaginativa y va expresando cronológicamente todos los acontecimientos que se han realizado en todas las partes de aquel escenario. Ocurre en la privacidad de la puerta de unos vecinos. Y ocurre también cuando se trata de un inmueble en el que se realiza la vida (o la muerte) pública. Podemos rodear todo el contorno de un cementerio municipal de población pequeña y aquellas paredes no nos dicen gran cosa; puede parecernos un inmueble cualquiera en las fincas urbanas del lugar. Pero llegamos a la puerta y allí sucede algo muy diferente: Nuestra imaginación nos presenta tantos y tantos cortejos fúnebres como hemos presenciado dentro de bastante tiempo; el largo tiempo que dura aquel cementerio. Vamos por Madrid recorriendo la Carrera de San Jerónimo y, aunque nos resultan tantas ventanas de despachos muy semejantes a las ventanas de los edificios de la importante calle, cuando llegamos a la escalinata flanqueada por los dos imponentes leones, recordamos todos los discursos que hemos oído en la televisión y no solo se nos representan los oradores, sino que somos capaces de recordar el conjunto de parlamentarios, el público de las tribunas y hasta las escenas impresionantes de aquel tremendo día en que fueron protagonistas el coronel Tejero, el presidente Suárez, el general Gutiérrez Mellado y todos aquellos señores diputados "cuerpo a tierra", con los dos o tres que se mantuvieron erguidos.

En las construcciones modernas se levantan muchos edificios de viviendas que están situadas en largos pasillos, unas frente a otras, de modo que, al abrirse una puerta, los habitantes del piso de enfrente pueden ver y ser vistos. Ocurre con cierta frecuencia que el ruido que produce la puerta al abrirse atraiga al habitante del apartamento frontero deseoso de una animada conversación. Este episodio puede echarse de menos con un dolor profundo cuando falta ya durante un mes, por la ausencia definitiva del vecino. Esta manera de construir actual hace que la puerta cerrada, que se ve nada más abrir la tuya, te produzca el dolor de una ausencia que no lo fue durante más de 22 años. Han pasado los días y, sin embargo, pasas ante aquella puerta y estás esperando que salga aquella persona que salió tantas veces y que ya nunca podrá salir. La silenciosa voz de la puerta te representa aquel día, ya casi lejano, en el que por primera vez no acudió la persona querida que tantas veces te acompañó en la familiar conversación. Parece mentira -pero no lo es- que ese trozo de madera, que sigue tan bien cuidado como anteriormente, sea capaz de hablarte y transmitirte, con el dolor presente, el dolor de todos los días que pasaron. Es un recuerdo que comparten todas las personas de la familia y que, sin decirse palabra, expresan con la mirada de dulce resignación. ¡Qué elocuente puede ser el lenguaje de una muda puerta!