En el amplísimo complemento cultural que la ciudad de Toro ha ideado y llevado a la práctica en Aqva, nombre elegido para la edición de Las Edades del Hombre, llevadas a cabo en la monumental "Ciudad de doña Elvira", se ha programado una gran exposición de la Fundación González Allende. No podía ser menos, estando al frente de la Fundación y participando muy activamente en Las Edades el insigne toresano, nacido en Tagarabuena -hoy barrio de Toro y antes municipio autónomo-, don José Manuel Navarro Talegón. Conocí a este señor cuando, siendo yo presidente de la Casa de Zamora, atendió amablemente la invitación de pronunciar una conferencia en el Salón Viriato de ese pedacito de Zamora en Madrid. Sin embargo, hasta ayer no conocía su estrecha vinculación con mi querida y admirada institución, creada en su tiempo por el toresano, amante de la enseñanza y de su ciudad natal, don Manuel González Allende. Ahora entiendo mejor el perfecto desarrollo de Las Edades, apadrinadas por el ya amigo Navarro Talegón, a quien creo trataría, también, cuando él era niño.

Mi afecto, empero, por la citada Fundación data de hace muchos años y se aviva el recuerdo con el anuncio de la exposición esperada. Además de ser la sede de la fundación, el palacio de la Corredera, el edificio que, frente a nuestro humilde hogar, todos los días contemplaba desde la amplia habitación que servía de aula a las clases particulares de mi padre -maestro nacional entonces destituido y repuesto luego hasta su jubilación, anterior en dos años a su fallecimiento- tuve el gran honor de trabajar en la sede de la González Allende en un puesto sin importancia, aunque muy valioso para mí.

Al llegar yo a Toro, para disfrutar de las vacaciones estivales, posteriores a mi tercer curso en el Seminario de Zamora, mi hermana mayor trabajaba de ayudante del secretario de González Allende, don Paulino Calvo Aguado. Por su trabajo cobraba una pequeña cantidad mensual que ni siquiera recuerdo. En casa, atendiendo a que yo había sido ayudante de mi tío en la Secretaría de San Pedro de la Nave, y que "en algo tenía que entretenerme durante las vacaciones", se decidió que yo sustituyera a mi hermana en su trabajo, renunciando de antemano a su remuneración. Como es natural, se habló de la sustitución con don Paulino y aquel señor asintió gustoso, no solo porque yo podría desempeñar satisfactoriamente el trabajo, sino porque podríamos hablar de cuestiones culturales, ya que él era licenciado en Filosofía y Letras muy interesado en el Latín, lengua recomendada por mis inmejorables calificaciones en los tres años cursados.

Así fue a lo largo de aquel verano (muy largo para mí por obras en el Seminario, que hicieron nuestras vacaciones del verano duraderas hasta después de las vacaciones de Navidad). Recuerdo, porque lo propició una visita de los obispos a la Santa Sede, que una de las preguntas de don Paulino fue sobre la expresión de la "visita ad limina" de los obispos. Mi respuesta traduciendo y aplicando la palabra "limen" fue, por supuesto, satisfactoria. Nuestro trabajo en la Secretaría era muy llevadero: No era excesiva la tarea de sobrellevar la parte administrativa de las escuelas de aquella sede y de las eras que miraban a la Vega, incluyendo, como es natural, lo referente al Patrimonio rural, cuya parte principal constituía la Dehesa de Rumblar, allá por el término de Villalube. Lo más interesante para mi recuerdo es que, estando nuestra oficina en el lugar de la magnífica biblioteca que poseía la González Allende, me dediqué a leer con todas mis ganas, dedicando el día y gran parte de la noche a las traducciones de los clásicos latinos, especialmente de Cicerón, y a todos los numerosos volúmenes de los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós. Fui capaz de leer un volumen cada día, aunque cerraba el libro a las cuatro de la mañana, poco más o menos. Con todo lo que antecede, no es extraño que haya sido para mí una noticia extraordinaria haber leído en La Opinión-El Correo de Zamora el anuncio de una gran exposición de las cosas que pude ver y parte de las muchas que excedieron a mis posibilidades, entre las cuales estuvo el conocimiento y el aprendizaje entre los alumnos de la escuela de encuadernación. Rindo, pues, admiración a la gran obra de don Manuel González Allende; y auguro éxito para la exposición ya anunciada.