He vuelto a recordar que hubo un tiempo, siglo V a.c., y un lugar, Grecia, en que el Estado contaba con un ingenioso sistema para controlar a los poderosos. Se trataba de la institución ateniense del ostracismo y llegó a ser una forma de manifestación del poder ciudadano, mucho más efectiva que cualquier referéndum actual. Los ciudadanos se reunían para decidir a qué político querían expulsar y enviar al exilio durante diez años. Debían escribir sobre un trozo de cerámica rota (óstrakon) el nombre de la persona que más les disgustaba o que consideraban más perjudicial para la polis. Era necesario que participaran al menos 6.000 atenienses. Al individuo que obtenía mayoría se le desterraba, así la polis se libraba de un político corrupto, de uno excesivamente ambicioso o de un inútil que solo tomaba decisiones tarde y a favor de la élite.

Es habitual escuchar en cualquier foro o conversación la necesidad que tenemos en nuestro país de librarnos de algunos siniestros y dañinos personajes. Si tuviéramos el poder de aquellos ciudadanos de la Grecia clásica, muchos serían condenados al ostracismo, al destierro, aunque solo fuera político; nos bastaría con el apartamiento obligatorio de la vida pública de cada uno de ellos. Por ejemplo, Aznar, el expresidente del PP, que después de ocho años en el gobierno, se retiró a la fundación FAES, laboratorio ideológico y lobby al servicio de políticas económicas ultra liberales, para seguir marcando la línea política de su partido.

Acabamos de conocer el "Informe Chilcot", elaborado en Inglaterra, tras siete años de investigación y con más de 150 testigos. En él queda demostrado el engaño de la coalición de las Azores, liderada por EE UU, Reino Unido y España. Deja en evidencia las flagrantes mentiras de Bush, Blair y Aznar, para justificar la guerra de Irak. Ya sabíamos de sus manipulaciones, pero hasta ahora no contábamos con una investigación oficial independiente, que demuestra cómo el dirigente del PP se mostró a favor de la guerra y trabajó para que se produjera. Hasta el punto de que estaba dispuesto a seguir a G.W. Bush, aunque el Reino Unido no secundase los planes de la invasión, que se produjo el 20 de marzo de 2003 ¿Cuántas veces le oímos, con su ridícula voz atiplada, afirmar enfáticamente lo de las "armas de destrucción masiva" en manos de Sadam Husein? Eran una amenaza para la seguridad del mundo, eran biológicas y químicas, eran todo lo más grave que el planeta no podría soportar. Ya vimos que allí no se encontró nada, ni antes de la guerra, ni durante, ni después. Nos mintió de la forma más grosera y descarada, los tres mintieron a la opinión pública mundial, porque tampoco contaron nunca con la autoridad de Naciones Unidas, que en un primer momento votó en contra de la intervención. En el país anglosajón están poniendo a Blair en su sitio, intentan procesarlo por sus mentiras y gravísimas decisiones y, sin duda, ha sido condenado al ostracismo, por más que haya salido diciendo: "Siento más arrepentimiento y dolor de lo que muchos creen".

Sería razonable preguntarse por la función de la Corte Internacional de Justicia, el llamado Tribunal de La Haya, ante el atropello legal que supuso aquella invasión, hoy todavía más aclarado por el Informe inglés, y por las dramáticas consecuencias que ha tenido y tiene para la zona del conflicto. Se trata de centenares de miles de muertos, que cada día se incrementan.

En España nadie se arrepiente ni reconoce un error. No hemos escuchado nada al señor José María Aznar ni a responsables de su partido. Tampoco a los medios más importantes del país les hemos visto interesados en el asunto. Algo que ha producido revuelo internacional, que tiene como coprotagonista a este nefasto político español y ningún periódico o cadena de radio o TV, investiga o denuncia nada. Apenas aluden a algo que pasó hace trece años ¿Qué papel jugó Rajoy en este disparate? ¿Dónde están El Mundo, El País, ABC...? Sospecho que secuestrados por quienes, con su poder económico, deciden qué es noticia y qué no lo es. Más vergüenza para España.

¿Se imaginan poder trasplantar a nuestro país aquel sistema del ostracismo, esa especie de votación inversa, que nos permitiera poder decidir a qué políticos desterrábamos? ¡Qué hallazgo! Votar para echar a un político en vez de para elegirlo. Todos sabemos que solo nos dejan elegir entre los que ellos quieren. ¿Cuántos españoles habríamos votado para echar al inútil Rajoy? Por algo se ha mantenido durante años en el primer puesto del rechazo ciudadano a su gestión. En cambio, parece que hasta Felipe González, el valedor de potentados, mediador de negociantes corruptos y traidor a la causa socialista, pide que "en caso de necesidad", no se obstaculice un gobierno del PP. Otro siniestro tipo que, si fuera sometido a ostracismo por su partido, igual hasta conseguían refundarse y volver a ser el partido de los trabajadores.