Quizás porque compartimos cuitas y esfuerzos para la construcción y puesta en marcha en su día del Centro de Transportes, me invitaron y acudí encantado a la celebración de san Cristóbal este pasado domingo, que organizan los transportistas o camioneros, que al igual que me gusta más maestro que profesor, camionero describe con más nitidez y fuerza la labor de los aguerridos conductores que recorren kilómetros de carreteras de día y de noche, con nieblas intensas, lluvias pertinaces y calores sofocantes.

Es la del conductor profesional una de esas profesiones que siempre ha tenido tintes míticos. El camionero de larga distancia fue el legítimo sucesor de los arrieros que gastaban largas temporadas en llevar y traer mercancías del centro a la costa y de la costa al centro. Los que llevaban a puerto las mercancías que debían partir allende los mares y los que traían los "ultramarinos" que en sus trayectos desperdigaban por cada rincón de tierra adentro.

Con la llegada del motor diesel, los primeros camiones, poco más que carros con ruedas de caucho y motor ruidoso empezaban a surcar los caminos y abrir las rutas que luego, entre baches y socavones, se convertirían en nuestra red radial de carreteras. El camionero fue pionero de la ruta, descubridor de tierra adentro, aquel que en la España de principios y mediados del siglo XX, como marino de tierra firme, dejaba atrás casa y familia para adentrarse en "terra incognita" a lomos de su dragón.

Cuando cruzar fronteras era poco menos que impensable y las estadísticas apenas tenían hueco para quienes desde nuestro país habían visitado otros, incluso los más cercanos, o cuando el conocimiento de lenguas extranjeras era o bien un privilegio reservado a unos muy pocos pudientes o signo casi de extravagancia, camioneros españoles recorrían Europa llevando el producto de huertas y frutales.

Y como siempre ocurre con los descubridores y aquellos que van un paso por delante o varios pasos más lejos que el común de los mortales, han generado su propia leyenda, en la música popular o el cine en los tiempos del fin de la autarquía y los años del desarrollismo, eso por no hablar de parte del estilo "country" americano y las famosas "road movies hollywoodienses".

Me gusta el ambiente en san Cristóbal, su engalanado de las cabinas para recorrer las calles triturando siestas a golpe de bocinazo, igual que en carretera quien más y quien menos hemos elegido en no pocas ocasiones restaurante en el que parar en función del número de camiones que pueblan su aparcamiento. Si hay camiones se come bien y barato nos han dicho mil veces nuestros mayores en la época en que todo era menos cómodo y más romántico que en esta de autovías y áreas de servicio impersonales.

"Yo para ser feliz quiero un camión", hizo famoso Loquillo así que, amigos camioneros, salvo en lo de escupir a los urbanos, en todo lo demás sean felices con el suyo.