El voto oculto en las encuestas quizás debería verse, desde un punto de vista sociológico, como un medio de autodefensa del elector para valorizar su poder. No digo que lo racionalicen así las personas, sino que el llamado cuerpo electoral funciona en realidad como un cuerpo, con pulsiones y reacciones espontáneas. Cuando muchos votantes, al ser preguntados por el encuestador, se guardan para sí lo que de veras piensan hacer o han hecho, y responden otra cosa, en el fondo se están reservando poder, para que no se trafique con él antes de tiempo y para preservar el efecto sorpresa. En el fondo ese afán del elector de resguardar tan celosamente el secreto del voto, y su orgulloso fuero de tenedor del poder por un día, es un síntoma de buena salud cívica; como lo es que la participación siga estando en torno al 70%, derrotando también en esto los malos augurios de la propia jornada.