Hace muchos años, cuando comenzó la Unión Europea, algunas personas pensamos y discutimos entre nosotros la necesidad de que existiera una norma lingüística que prescribiera, entre los países pertenecientes a esa Unión, la existencia de un lenguaje común, además del lenguaje propio para cada nación. No conozco que haya existido esa norma como algo legislado por las autoridades que rigen en la Comunidad Europea. El uso, sin embargo, lo ha hecho casi una realidad acudiendo a la lengua inglesa; de tal modo que hoy, en la mayoría de las naciones europeas existe, en la normativa educacional, la imposición de la inglesa como "segunda lengua" en las preceptuadas. Y hay tal la adopción de la lengua del Reino Unido, en la misma Unión y fuera de ella, que hoy puede viajarse a todo el mundo y hablar allí ( y escuchar entendiendo), si se domina el inglés. En pocas palabras: el uso ha respondido a la necesidad y hay una segunda lengua común en toda la Unión Europea.

El resultado del referéndum del jueves 23 de junio ha puesto sobre la mesa, aunque no haya gozado de la preeminencia que han acaparado otros asuntos, el problema que puede plantearse sobre la lengua inglesa y su extensión. Hasta ese día la lengua inglesa era la de uno de los países pertenecientes a la Unión; hoy se ha transformado en una lengua que no dice tanto a los unionistas. No se puede decir -como del latín o el griego clásico- que es una lengua hoy muerta, sino que se trata de una lengua viva hablada por millones de personas en el mundo. Pero ya no es una lengua de un país de la Unión. Y, desde ese punto de vista, es lengua extranjera para todos los países que permanecen dentro de la Comunidad Económica Europea. Ha perdido el vigor especial que pueden conservar, en Europa, el francés o el español y otras lenguas, como el alemán, el italiano o el ruso.

Puede ocurrir que, así como al principio no se planteó, ahora la uniformidad de hecho, proporcionada por el inglés, haga pensar a los mandatarios más significados de la Unión Europea en un idioma que tome la plaza del inglés y se convierta, de alguna manera, en el idioma de la Comunidad. Ya se habla de varias ciudades como sucesoras de la City inglesa, en significación comercial: tenemos a la alemana Fráncfort, la francesa París y la irlandesa Dublín. Se piensa en Madrid, incluso. ¿Por qué no es posible que se piense en el español como lengua comunitaria? Esto facilitaría muchas cosas, si -como se ha pretendido- la Unión Europea admitiera en su seno a los países sudamericanos. Si se discute la inclusión de países muy ajenos --como Turquía-, ¿qué impide hablar de todos esos países que, además de la lengua, propia de un país europeo y de otras naciones de todo el mundo, superarían una grandísima dificultad (que no superan Turquía y otras naciones del mundo árabe o israelí) y es la diferencia de religión? Los pueblos sudamericanos coinciden, en el cristianismo y su civilización, con los de todos los países pertenecientes hoy a la Comunidad Económica Europea.

Prescindiendo del interés particular que los españoles podemos albergar con sentido patrio, sí es cierto el interés que la Comunidad Europea puede tener en la adopción de un idioma común para todos. Ahora bien; no parece normal que, habiendo desechado el Latín -que fue en la Edad Media idioma común; pero ahora es una lengua muerta- se considere la lengua inglesa -ajena a Europa después de la decisión tomada por los británicos- como lengua de uso común en la Unión Europea. Ahí está expresado, de forma manifiesta, el gran problema lingüístico que el "brexit" ha introducido, para el Reino Unido y para los que seguirán muy relacionados con el Reino Unido, pero sin pertenecer a una misma comunidad. Se han declarado extraños; tendrán que serlo, igual que muchos otros pueblos que, de buena voluntad, desearían entrar en la Unión que aglutina a la casi totalidad de naciones europeas hoy. ¿Alguien ha pensado que el papel desempeñado hoy por el inglés sea asumido por el árabe, por ejemplo, y mucho menos por la modalidad del árabe utilizada en Irán? Pues, sintiéndolo mucho, los ingleses se han colocado -con relación a la Comunidad Europea- en el mismo terreno que los iraníes; con la diferencia de que algunos países árabes han solicitado la entrada en esa Unión de la que han abominado los ciudadanos del Reino Unido, aunque sean la mitad de los británicos, o menos, los que han votado el "sí" al "brexit".