Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia". Así arrancan los primeros minutos de la película británica "Trainspotting", dirigida por Danny Boyle en 1996. La cruda historia de unos jóvenes ahogados en el escabroso mundo de las drogas nos hace reflexionar sobre la necesidad que tiene el hombre de ser protagonista y autor de su propia historia, siendo consciente de las decisiones -y posteriores consecuencias- que se toman en libertad.

En estos "tiempos de política difícil" -como definía ayer el momento el "podcast" del proyecto Rezando Voy- conviene mantenernos alerta de lo que sucede a nuestro alrededor, observar, analizar, reposar y elegir desde el compromiso, la coherencia y la humildad. A veces uno tiene la impresión de habitar una torre de Babel que se tambalea porque sus constructores no son capaces de ponerse de acuerdo mientras hablan lenguas diferentes. No hay entendimiento y, en este vacío de consenso, se refuerzan las posiciones extremas, los ciudadanos pierden la confianza en las instituciones y cargos públicos, manchados con frecuencia por casos de corrupción.

En este ambiente hostil para la solidaridad y la fraternidad, para una espiritualidad que no sabe de fronteras, todos los ciudadanos han de lograr su espacio y buscar en sus gobernantes verdaderos servidores al bien de toda la sociedad, en especial de los más débiles. Ejercer el derecho al voto es una obligación moral, pues es la oportunidad que tenemos para elegir y ser corresponsables del modelo de sociedad que mejor encaja con los valores del Evangelio, y que no es, ni mucho menos, un espacio cerrado solo para los cristianos.

En estos días en los que unos han decidido abandonar la Unión Europea y otros decidimos quién tomará las riendas del Gobierno de España, recordamos que somos nosotros los que estamos llamados a decidir sobre nuestro futuro. Que no podemos permanecer ajenos a una realidad embarrada donde comienzan a despertarse viejas fobias, a forjarse nuevas fronteras. La solidaridad, la cooperación, la justicia, el respeto en la pluralidad a las creencias más íntimas, incluso vividas en el espacio público como manifestación cultural de un pueblo, son los valores de los que ningún país debería prescindir si quiere seguir creciendo.