Esta semana se cumplían 30 años del fallecimiento, que no muerte, del escritor argentino Jorge Luis Borges. Como conocéis los que de vez en cuando me seguís, por haberlo escrito en reiteradas ocasiones y ya confesé en aquel mi primer "El Espejo de Tinta" de septiembre de 2007, el propio título de mi colaboración en LA OPINIÓN DE ZAMORA está tomado de uno de sus relatos. Así pues, lo reconozco, soy borgiano.

Leer a Borges es leer buena parte de lo que se escribió antes de que Borges naciera. Escribir como Borges y de lo que Borges escribe, que en realidad es de todo lo que pensamos que existe y de lo que creemos que no existe, supone el espejismo o la ensoñación que pueda tener cualquiera de los personajes que pueblan sus relatos o circulan por sus poemas.

Desde que lo descubrí, pululando por el laberinto de estantes de una biblioteca, siempre me acompañó. Quizás sea no solo paradójico sino cierto que quien más luz puede ofrecer a tus ojos es aquel cuya mirada ya no ve. El caso es que ni yo he sabido nunca muy bien por qué me cautivó tanto y tan desde el principio su literatura de literaturas. Sin embargo desde el principio empecé a pensar que "todo" estaba en Borges.

Un todo que se compone de presentes y pasados, de realidades y fantasías, de concreción y abstracción y, aunque no aparezca a simple vista sino que sea necesario raspar la superficie para encontrarlas, de muchas otras cualidades connaturales a la existencia humana, entre ellas la de la preponderancia de la libertad individual frente a las múltiples formas de tiranía que cada día nos acechan, nos rodean y tratan de subyugarnos.

Con motivo de la efeméride, encontré en el periódico en la red "Libertad Digital" un artículo del poeta Luis Alberto de Cuenca que expresa mejor que yo la significación de Borges, del cual extraigo por ser de interés al caso el siguiente fragmento: "Decía Pablo Neruda en un horrible poema de su peor libro, "Las uvas y el viento" (Santiago de Chile, 1954), que él y sus camaradas de partido eran "stalinianos" y que llevaban ese nombre con orgullo, y hasta que los hombres, para ser felices y comer perdices, y casarse con la princesa y no terminar en la panza del lobo, debían ser eso, "stalinianos"? Bueno, pues a mí, y a mucha más gente, nos ocurre que somos "borgianos", que es una forma más elegante y, sobre todo, menos violenta de ganarnos el paraíso".

Me gustó y me vi, una vez más, investido de "borgiano" mientras observo maniobras de "stalinianos" que, sin que nunca vayan a reconocer serlo, ocultos bajo sombras, disfraces y siglas, intentan coartar la libertad de acción, de pensamiento y de opinión de aquellos que no se rindan a su borrachera de poder. Me siento pues afortunado de ser "borgiano" y también de poder colaborar con libertad en un medio libre.

www.angel-macias.blogspot.com