Esta semana se han celebrado los exámenes de la penúltima convocatoria de la PAU, más conocida como Selectividad. En septiembre habrá otra, pero este curso es el último con la famosa prueba. Participo en uno de los tribunales, con sede en la Escuela Politécnica Superior de Zamora. Además de vigilancia también participaré en la corrección de exámenes de Historia de la Filosofía. Debo poner nota a unos 170 ejercicios en menos de cinco días, explicando y justificando el porqué de la calificación. No será la primera vez y lo hago con gusto, más en esta ocasión por ser la última. También me hace ilusión porque estuve, hace casi 40 años, en una de las primeras convocatorias de la misma. Fue en Salamanca, tenía 18 años, había estudiado Bachillerato y el Curso de Orientación Universitaria en los Salesianos. Recuerdo que primero tuvimos una conferencia del novelista, ya entonces famoso, Torrente Ballester, que daba clases en el instituto Torres Villarroel. Después había que hacer un resumen de la misma con un análisis de su contenido. Además, había un ejercicio con cuestiones de Lengua y Matemáticas y otro sobre materias optativas de COU.

La Selectividad ha cumplido en estas cuatro décadas una función muy loable. Ha sido la prueba externa, común para toda España, que ha permitido medir con el mismo rasero a centros públicos y privados, sirviendo al tiempo de acceso a las diferentes carreras universitarias. Ha sido modificada en varias ocasiones con la intención de orientar mejor a los alumnos. Claro que ha podido mejorarse y merecido críticas fundadas, pero ha cumplido una función imprescindible.

Lo grave está ocurriendo ahora. Con el curso terminando, programando ya el próximo, los alumnos de primero de Bachillerato que terminen ahora en junio, no saben qué pasará en segundo, qué deberán preparar ni cómo enfrentarán la llamada "reválida", propuesta por aquel nefasto ministro de Educación, un tal Wert. Nadie sabe qué pasará con el engendro. Si servirá para obtener plaza en la universidad, si no se tendrá el título de Bachillerato sin aprobar la reválida, si los ejercicios de la misma saldrán de un currículo común para todo el Estado o diseñado por cada autonomía o si se contará con las universidades. En fin, una auténtica chapuza institucional que está dañando a toda la comunidad educativa.

He visto con nostalgia, no puedo negarlo, el examen de Historia de la Filosofía. Qué bonito, cualquiera de las dos opciones es una invitación al pensamiento creativo. La de Platón, con el texto de "La República", aludiendo a la metáfora de la caverna y ese viaje, que es melodía, saber y ciencia, denominado dialéctica. Además, la cuestión sobre la Ética y la Política de Aristóteles, tan necesarias y aplicables a la vida pública de nuestro país. La búsqueda de la virtud, de la justicia y de la igualdad, orientan su pensamiento. Dice: "La igualdad es la identidad de atribuciones entre seres semejantes y el Estado no podrá vivir de un modo contrario a las leyes de la equidad". La segunda opción era Ortega y Gasset, con un texto sobre el concepto mundo-circunstancia, muy jugoso. La brillante prosa del filósofo español nos invita a la reflexión. Vean: "Todo vivir es ocuparse con lo otro que no es uno mismo, todo vivir es convivir con una circunstancia". Ya saben que el raciovitalismo orteguiano se condensaba en "yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo".

También sentí tristeza, creo que se está defraudando a la sociedad entera. La Lomce, la nueva ley educativa del PP, pues solo este partido la defiende, contempla que la Historia de la Filosofía desaparezca como materia común en segundo de Bachillerato. Apenas se ofertará como optativa al lado de otras, entre las que se encuentra Religión. No vamos hacia un buen futuro si la Filosofía, la Ética o la Ciudadanía desaparecen de los currículos.

En cada ley educativa, las llamadas áreas instrumentales, se han reforzado, ya que sirven para aprender otras, ayudan a vivir y a enfrentarse a las tareas cotidianas. Por eso, Lengua y Matemáticas lo son. La palabra es vehículo de todo, nos hace humanos, y los números nos orientan, nos ubican y miden el mundo. Muy bien, ¿y la filosofía? ¿es que no sirve para aprender otras disciplinas? ¿no ayuda a vivir mejor? ¿a no dejarse manipular y a tener un pensamiento propio? ¿no es necesaria para enfrentar el sufrimiento y la muerte cierta que a todos nos aguarda? La filosofía nos permite tener conciencia de nuestras limitaciones y también de nuestras posibilidades. Sociólogos, economistas, científicos, físicos, como Stephen Hawking, acuden a la filosofía para profundizar en sus disciplinas. Olvidar la Historia de la Filosofía nos arrastrará hacia respuestas irracionales, acientíficas, esotéricas y, lo que es más peligroso, fanáticas. La filosofía también debe ser un área instrumental y si todavía no nos hemos dado cuenta, muy pronto la cruda realidad nos lo demostrará.

Amelia Valcárcel, doctora en Filosofía, miembro del Consejo de Estado, lo resume muy bien: "¿Por qué la filosofía? Caramba, ¿usted iría sin abrigo en invierno?". Pues eso.