A la española, o sea: con retraso, comenzó el esperado debate por televisión, el único que habrá en estas nuevas elecciones generales entre los cuatro candidatos a formar Gobierno. Se estima que más de diez millones de personas pudieron contemplar el encuentro, cara a cara, entre los líderes de los principales partidos que durante dos horas largas cruzaron entre ellos ataques y reproches, expusieron sus programas y pidieron el voto. Con todo, el debate resultó anodino y decepcionante.

Las sensaciones, al final, eran que pese a expresar reiteradamente lo contrario todos ellos, no es seguro y de cualquier modo no será nada fácil que tras el 26J haya una coalición gobernante que rompa el impasse y sea capaz de crear una nueva situación política. A no ser que el PSOE se abstenga en una hipotética investidura de Rajoy asistido por Rivera, el candidato de Ciudadanos, pese a que ante las cámaras el centrista invitase directamente al presidente en funciones a retirarse ya. Porque la otra entente que puede haber, la de Podemos con los socialistas, parece estar en el mismo punto muerto que hace unos meses pese a las constantes invitaciones a formar Gobierno que hizo Pablo Iglesias frente a la machacona actitud de Pedro Sánchez acusando una y otra vez a Podemos de que su bloqueo al PSOE es lo que impidió que haya ahora un Gobierno de cambio y progreso que hubiese evitado estas elecciones.

No hubo esta vez, o no se vio, un claro ganador del debate, más atemperados y moderados unos y otros. Las encuestas en los medios se inclinan sin embargo y una vez más en citar al líder de lo que será ahora Unidos Podemos, Iglesias, como el más brillante en sus exposiciones y con un programa más claro que fue desgranando en su forma habitual, que la gente suele entender y comprender. De ahí que su partido, a pocos puntos ya del PP, se perfile como el único que puede disputar a Rajoy la victoria. No fue la mejor versión de Iglesias pero mantuvo las expectativas, muy por encima del candidato socialista, que volvió a causar una pobre impresión, sin comprometerse y desprovisto de anteriores agresividades.

Todo lo contrario que Albert Rivera, que tras sus tristes comparecencias anteriores, llegó dispuesto a hacerse notar. El programa de Ciudadanos quedó peor explicado que nunca pero sus acusaciones a diestro y siniestro, a Rajoy y a Iglesias, le hicieron destacar dentro del gris tono que tuvo el debate. Al del PP le recordó supuestos sobresueldos, el uso del dinero negro por el partido y sus correos de apoyo a Bárcenas, y al de Podemos le sacó lo de Venezuela, que no podía faltar, y hasta reveló deudas con los bancos, todo lo cual fue negado por Iglesias. Pero pese a su actitud más relevante, el catalán sigue sin convencer, pues la demagogia, sin pruebas, asomó en buena parte de sus intervenciones.

Rajoy, como siempre, tirando de papeles y cifras macroeconómicas positivas, sin bajar nunca a la realidad ni admitirla. Intentó salir lo más indemne posible de la cita y lo consiguió, entre otras cosas porque Sánchez parecía vencido de antemano. Un debate que no se piensa que pueda cambiar nada, ni siquiera influir en ese 30 por ciento de indecisos que aún no saben si votarán y a quién votarán.