Ha vuelto a la actualidad, de la que no se sabe bien si ha salido alguna vez, el periodista José María García, ya retirado de los micrófonos hace muchos años, quien desde el mundo de los deportes escribía cada noche en las ondas de la radio la otra crónica de la transición, con la libertad recién estrenada y sin más censura que la autocensura. Nadie más conocido, famoso y polémico, en aquella época, crítico implacable, y dotado de tantos enemigos como amigos. Se embarcó luego, con el siglo, en una ambiciosa aventura, propiciada por el PP, de concentración de medios a través de Telefónica, pero como el mismo ha reconocido aquello quedó en un estrepitoso fracaso que adelantó su retirada.

Se acaba de publicar un libro acerca de su trayectoria profesional y humana, titulado con lo que era su habitual despedida en la madrugada: "Buenas noches y saludos cordiales", y con este motivo no deja García de hacer declaraciones y emitir opiniones en las que, como antaño, no deja títere con cabeza, atendiendo a su fama. Genio y figura, una vez más. Porque aunque se ha tratado muchas veces de restar méritos e importancia a su labor, hay que recordar que aunque brillase del modo rutilante que brilló en el ámbito del periodismo deportivo, su labor no se limitó a eso, y la noche del 23F del 81 lo demostró sobradamente, manteniendo en vilo a millones de españoles narrando, desde lo alto de un vehículo de la Policía, el dramático devenir de los acontecimientos que se desarrollaban en el Congreso con los diputados retenidos en un intento de golpe de estado que amenazaba acabar con la democracia. Forma parte García de aquellas generaciones, irrebatibles, imbatibles, insuperables, de grandes periodistas, casi todos formados en el diario Pueblo y otros periódicos oficiales del régimen.

Vinculado, o al que se vinculó, en principio con UCD, y luego al lado del PP, o a la derecha del PP ahora, como tantos otros que no saben a quien votar dada la corrupción y degradación de ese partido, se suelta José María García en las entrevistas que se le vienen haciendo muchas cosas, pero muchas, en las que pone voz a lo que piensa la mayoría de la gente pero no se atreve a decir. Así, y de modo rotundo, cuando segura que a la política viene el que no vale para otra cosa, o el que viene a forrarse. O cuando, desatándose, califica a Aznar, aunque haya resentimientos personales por medio, como el mayor dictador que haya conocido después de Franco. De los políticos españoles afirma, con un símil futbolístico, que son de tercera división. Cree que las Cortes reúnen el mayor numero de vagos por metro cuadrado. A Rajoy lo ve como un perezoso que no se moja ni bajo la ducha. La justicia piensa que está politizada. Y asegura que a la corrupción y a los corruptos no les puede dar ni un segundo de tregua.

Es una muestra singular que podía alargarse mucho más. Aunque también reconoce que se ha equivocado a veces y que sus críticas y su peculiar manera de expresarse pueden haber hecho daño a mucha gente. Cierto, y sus víctimas son numerosas, desde Porta a Cantatore. Su más triste conclusión es que en España nos han fallado siempre los políticos. Un sentimiento que es generalizado.