Ahora que nos vuelven a bombardear por tierra, mar y aire con propuestas, promesas, compromisos y demás les recomiendo la lectura de la recién publicada "La curva del camino", primera novela del salmantino Ignacio Francia. El argumento central es el romance, apasionado y de alto voltaje, que viven un periodista charro radicado en Madrid y una historiadora-profesora francesa, hija de exiliados aragoneses, que quiere hacer su tesis doctoral sobre un tema relacionado con la Transición española. Tras algunas dudas y aconsejada por su amante, decide investigar sobre el lenguaje de José María Aznar desde sus inicios en política hasta su llegada a la Moncloa y sus cabreos posteriores pasando, claro está, por su etapa como presidente de la Junta de Castilla y León. A la vista de lo ocurrido después, alguien podría preguntar: "Ah, ¿pero Aznar habitó entre nosotros, anduvo por aquí, nos gobernó?". Pues, sí; dirigió el Gobierno autonómico castellanoleonés desde mediados del 87 a septiembre del 89, hizo anuncios, presumió de austeridad y modernidad y, como en el viejo adagio, fuese y no hubo nada. O sea, que los supuestos compromisos se quedaron en agua de borrajas. Sin embargo, aún hay gente (especialmente de fuera de esta tierra) que sigue creyendo que aquí hizo maravillas y que cambió Castilla y León y todas y cada una de sus provincias. Otros muchos han olvidado, para bien o para mal, aquella etapa. Y los más jóvenes ni siquiera saben que don Josemari reinó por estos predios.

Y ahí, precisamente ahí, entra en juego "La curva del camino". El escritor Ignacio Francia aprovecha toda la documentación que el Ignacio Francia periodista guarda en decenas de carpetas y en cintas y videos sobre aquella etapa tan apasionante de nuestra historia reciente. La francesa alucina cuando su novio le va aportando papeles, declaraciones y hechos de aquel Aznar que juraba y perjuraba que no aspiraba a más que a gobernar esta región mientras maniobraba, con medios materiales y humanos de la Junta, para lograr el ascenso a Madrid. El mismo alucine nos envuelve a los lectores de la novela cuando comparamos lo que dijo con lo que hizo, las manipulaciones, las falsedades, las medias verdades, las deslealtades y cómo utilizó esta tierra y el erario público para sus ambiciones personales, legítimas, por supuesto, pero no a costa de los castellanoleoneses.

Y así, entre romanticismo y amor carnal de los dos tortolitos, van desfilando escenas aznarianas que revelan la ética y la forma de actuar del personaje. Por ejemplo, cuando Demetrio Madrid dimite como presidente de la Junta y le pide a su vicepresidente, Jaime González, que se lo comunique a Aznar, por entonces presidente regional de Alianza Popular. Nada más saberlo, Aznar convoca una rueda de prensa en la que exige a Demetrio Madrid que dimita antes de 24 horas. Nunca dijo públicamente que ya le habían comunicado la noticia. O cuando anunció, y fue noticia nacional, un Plan de Empleo Juvenil con el dinero ahorrado en las visas oro. No hubo ni Plan de Empleo ni ahorro, pero la propaganda siguió su curso. O aquella Olimpiada de la Juventud en la que la Junta se gastó la intemerata para nada. Claro que cuando se celebró Aznar ya estaba de jefe del partido en Madrid y ni siquiera vino por aquí para ver cómo funcionaba su invento. O las 5.000 fotografías, con un coste de 550.000 pesetas del año 88, encargadas por la Junta para repartirlas por los pueblos a los que acudía el presidente. A preguntas en las Cortes del CDS, la respuesta fue que la gente pedía, casi exigía, fotos firmadas de Aznar, su ídolo de entonces (esto último es cosecha mía). Y sus declaraciones ultraliberales mientras trataba de controlar las cajas de ahorros. O su rechazo frontal a aquel laboratorio nuclear de Aldeadávila, que le costó al PSOE perder las elecciones que ganó, por 3.000 votos, Aznar, mientras años después apoyaba centrales nucleares. O lo que decía, hizo y se contradijo sobre ETA. Llamó a la banda terrorista "Movimiento Vasco de Liberación", abrió negociaciones, en las que participó el obispo de Zamora, Juan María Uriarte, trasladó presos a cárceles vascas y, más tarde, ya fuera del Gobierno, lo negó todo y trató de involucrar a los etarras en la matanza del 11-M. En fin?

"La curva del camino" tiene la virtud de refrescarnos la memoria. En este caso, en torno a alguien que, no lo olvidemos, fue ocho años presidente del Gobierno de España. Y antes lo fue de la Junta de Castilla y León, donde se labró una fama que el libro de Ignacio Francia (con datos y más datos, sin sacar conclusiones) pone en su lugar. Algo muy de agradecer, especialmente en estos tiempos de precampañas y campañas, palabras, promesas y sonrisas. En estos tiempos donde hay tipos empeñados en silenciar y en hacernos olvidar el pasado. Como canta Raimon, "digamos NO".