Los recuerdos son imprescindibles en nuestra vida. Aunque forman parte del pasado, cuando los revivimos, se hacen presentes de nuevo y es como si volvieran a caminar con nosotros. En mi caso, suelo echar la vista atrás con mucha frecuencia. Me encanta vivir, aunque únicamente sea con la imaginación, acontecimientos, escenas y sucesos que, en otros tiempos, tuvieron algún significado muy especial, sean juegos, estudios, amistades, amoríos, jolgorios, trabajos, etc. Esta semana, por ejemplo, pasará a la historia de mi biografía personal por haber revivido una de las etapas más maravillosas de mi vida a través del reencuentro con Ángel Fernández Artime, antiguo compañero en Cambados y León, donde estudié la EGB y el Bachillerato, y que hoy es el rector mayor de los salesianos, es decir, el responsable de una de las congregaciones religiosas que ha formado a miles de jóvenes en cientos de países.

El reencuentro con Ángel se produjo el jueves en Salamanca, en uno de los colegios que los salesianos tienen en la ciudad charra. Llegó sobre las 12:15 de la mañana y, tras los saludos más institucionales y protocolarios que estaban previstos, me acerqué a él casi de incógnito. Nos miramos y, aunque habían transcurrido más de 35 años desde los tiempos compartidos en las tierras gallegas y leonesas, he de confesar que reconoció mi cara inmediatamente. Nos dimos un fuerte abrazo y, en los apenas dos minutos de tiempo de nuestra breve conversación, regresaron al patio del colegio donde nos encontrábamos vivencias entrañables de nuestro pasado y sobre todo los nombres de las personas que han marcado tanto nuestras vidas: nuestros padres y hermanos. También se hicieron presentes nuestras casas de Santovenia del Esla y de Luanco, donde hemos vivido momentos inolvidables, y Filiberto, uno de los salesianos más entrañables que recuerdo y que ahora anda por tierras africanas.

Que hoy comparta con todos ustedes unos hechos tan personales y tan significativos en mi vida es porque lo que busco es ensalzar, aunque solo sea con unas cuantas palabras, la importancia de los recuerdos y el valor de la amistad. Los recuerdos son, al menos para mí, un poso de experiencias, de sensaciones, de estremecimientos, de excitaciones, de sorpresas. Yo no puedo vivir sin ellos. Como tampoco concibo vivir el día a día sin imaginar futuros inciertos y nuevos caminos que recorrer. ¿Y qué decir de la amistad cuando el dicho popular lo ha expresado a la perfección? Quien tiene un amigo tiene un tesoro, hemos oído por aquí y por allí. Y es verdad. Por eso, cuando uno se encuentra con un viejo amigo, aunque hayan transcurrido más de 35 años, enseguida notará en su cuerpo unas sensaciones indescriptibles, como me sucedió el jueves con Ángel. Porque las buenas amistades nunca envejecen, aunque el tiempo haya pasado mucho más rápido de lo que a algunos nos hubiera gustado.