La protocampaña, precampaña, adelanto de campaña, campaña a todas horas o como queramos llamarla está cumpliendo escrupulosamente los pasos-sonsonete que suelen acompañar en este país a toda cita electoral. Ya estamos, como no podía ser menos, en el inigualable, maravilloso y nunca bien ponderado debate sobre los debates. O sea, se discute en torno a si los aspirantes a gobernarnos van a discutir ante todo el personal sobre sus respectivos programas, sus ofertas, sus promesas y, ¡ojo!, lo hecho hasta ahora y los aciertos o fallos de gestiones pasadas. Como era de esperar, algunos ya andan poniendo pegas o, por usar la frase de moda, líneas rojas. Como los chicos pequeños: "A este no lo ajunto", "fulano no juega con el mi balón", "aquel no entra en mi equipo"? y así sucesivamente. ¿Y los legítimos derechos de los ciudadanos a estar informados, a cotejar datos, a saber lo que cada cual quiere hacer con España y, por tanto, con los españoles? Eso es harina de otro costal; vosotros me votáis y luego, ya veremos.

Oigo decir a Rajoy en una entrevista radiofónica que los debates electorales ni le apetecen ni le entusiasman. ¡Vaya descubrimiento, qué sorpresa! Y yo que creía que don Mariano era un enamorado de la confrontación dialéctica, un forofo de las discusiones con los rivales políticos, un admirador de las controversias verbales, un seguidor incondicional de esas situaciones en las que el adversario puede arrinconarte, pero tú puedes salir pegando del rincón y vencer por mejor preparación, por más altos razonamientos, por capacidad de convicción, por sentido común (¡ah, el sentido común!), por tantas y tantas cosas que cabe exigirle a un político de altura. Se ve que no, que el presi en funciones hace, si puede, "fu", como el gato, y escapa de los debates. Asegura que es el que más ha hecho, cinco, pero olvida que es porque lleva en estas lides casi desde la batalla de Trafalgar. Y olvida que, cuando creía segura la victoria (2004), rechazó cualquier debate público con Zapatero, que, en cambio sí aceptó dos con él cuatro años después cuando ambos rivalizaron en augurar subidas del PIB y crecimiento del empleo sin advertir, ninguno, eh, ninguno, tampoco el señor Rajoy, que la crisis ya estaba dentro de casa. Si hoy volvemos a escuchar lo que decían entonces, nos cortamos las venas.

¿Y por qué no es don Mariano partidario de los debates? Él mismo lo explicó en la citada entrevista: "A nadie le apetecen los debates. Suponen una gran responsabilidad y respetar al que está oyendo; no me genera un gran entusiasmo". Y remató con una frase para la historia: "Requiere mucha preparación y un gran esfuerzo". Claro, don Mariano, como casi todo en la vida. Yo estuve muchos años levantándome a las seis de la mañana para ir a la radio. Y otros cuantos saliendo del periódico a la una de la mañana. Y me crié en un pueblo donde, por entonces, la mayoría de la gente madrugaba con el sol para poner lumbre, echarle comida al ganado, ordeñar y salir al campo para tirarse unas cuantas horas arando, podando, alumbrando, segando, etc. Y no le digo nada de los mineros, los pescadores, los camioneros? En fin, que no todos somos registradores de la propiedad.

Así que si hacen falta preparación y esfuerzo, pues uno se prepara y se esfuerza, pero, ante todo, acepta el debate y va a él como buen demócrata no como el campeón del escaqueo o del no hay más remedio. En este sentido, son sintomáticas algunas palabras del señor Rajoy: "El debate no es cómodo, pero en democracia es bueno y se trata de cumplir los estándares razonables". Hombre, no; para un demócrata, los debates electorales tienen que ser una obligación moral, un compromiso ético, algo inherente a la propia condición de demócrata, y no una carga, un castigo, un mal trago que uno ha de pasar cuanto antes. Y es que se trata de los ciudadanos, de todos nosotros, de la gente que trabaja, vive y sueña en este país, de los millones de personas que aspiran a un futuro mejor y que necesitan saber qué proponen quienes quieren gobernar. ¿Hay algo más democráticamente enriquecedor y aclaratorio que ver y oír a varios candidatos a la Moncloa discutir sobre sus ideas, sus propuestas y sus mensajes? Y, claro, más tarde comprobar si hacen lo que dijeron o si te he visto no me acuerdo, inocente.

Por soñar que no quede, pero mucho me temo que seguirán dándonos la brasa con si debates a dos, a tres, a cuatro, si este veta a aquel, si yo no voy con este? y así mes y pico. Una delicia.