Maravillado ante la grandeza del cosmos, o acongojado ante su poder, esperanzado con la llegada de lluvias vivificadoras, o temeroso ante fenómenos meteorológicos destructores indomeñables, desde que el hombre es hombre, no ha dejado de mirar al cielo. Unas veces confiado en obtener respuesta a sus interrogantes más profundos o un signo de alivio a sus gritos de desesperación. Otras temiendo un castigo divino, merecido o no.

Nuestra fe afirma que "los cielos se abrieron" para decir: "Este es mi hijo amado, escuchadle", mostrando la verdadera naturaleza amorosa y no amenazadora de Dios. Jesús, el Dios bajado del cielo y hecho hombre, celeste y terreno, es la respuesta a todas las preguntas humanas y divinas. Este Dios-hombre vivió con nosotros, pues es uno de nosotros, y ha regresado al cielo, porque es uno de la Trinidad. Pero su presencia sigue en nosotros como Espíritu Santo, "fuerza de lo alto", auténtico motor de la historia, cuyo fuego creador ha fundado la cultura occidental, en la que la Iglesia ha corrido siempre el peligro de inclinarse entre dos extremos. De un lado, el espiritualismo desencarnado que solo mira al cielo y no se ocupa de las cosas de la tierra, negando así la verdadera humanidad del hijo de Dios. De otro, un materialismo secularizador que niega la verdadera divinidad del hombre Jesús. Si en otras épocas se corrió el riesgo del primero, ahora, en palabras de Nicolás Gómez Dávila, la herejía que amenaza a la Iglesia en nuestro tiempo es el "terrenismo", por el que muchos cristianos han aterrizado y echado raíces en tierra (quizá para que los entierren). Ya no esperan el regreso de Jesús, ni creen en la fuerza del Espíritu Santo, sino en el poder del dinero, el sexo, la política o la ciencia, cuyo desarrollo ha ensoberbecido al hombre, hipnotizándolo con el dominio de astros y fenómenos atmosféricos, la genética y la física cuántica, de manera que ya no se acuerda del cielo para nada porque cree no necesitarlo. Pero, como por naturaleza es un ser religioso, se vuelve a los dioses de la tierra: principados, potestades, fuerza y dominación. Y así, lo que creía controlar y ser principio de su libertad se convierte en su principal esclavitud.

Si tras la Ascensión los ángeles recriminaron mirar al cielo, hoy recriminan mirar a la tierra. Como dijo C. S. Lewis: "Los cristianos que más hicieron por el mundo presente fueron precisamente aquellos que pensaron más en el venidero. Fue a partir de que los cristianos comenzaron a pensar menos en el otro mundo que se hicieron más ineficaces en éste. Apunta al cielo y también le darás a la tierra; apunta a la tierra y no le darás a ninguno".