Resulta chocante encontrarse en la huerta a este sacrificado coleóptero, empuja una pelota mucho más grande y más pesada que él mismo. La ha formado amasando deposiciones de animales herbívoros. Trata de llevarla rodando hasta su nido y en la época de puesta, la hembra deposita un único huevo dentro de ella. En esta albóndiga de excrementos crecerá la larva hasta hacerse adulta. Estos insectos coprófagos, considerados los más fuertes, tienen conductas muy curiosas, como que son capaces de orientarse con las estrellas. Se desplazan en la noche guiándose por la Vía Láctea, la zona más clara del cielo, siguiendo una línea recta.

En Egipto, el escarabajo es un símbolo de buena suerte, aparece tallado en tumbas y grabado en sarcófagos. Fue divinizado durante la civilización de los faraones por representar los ciclos de la vida, del estiércol fertilizante hasta la propia resurrección del escarabajo adulto, al final del ciclo reproductivo cuando sale de la pelota de excrementos.

Les traigo a colación esta criatura porque en una clase de Filosofía, en Bachillerato, leímos un texto introductorio del tema sobre felicidad y justicia. Lo había escrito Bertrand Russell. Se titulaba "¿Qué podemos hacer en bien del mundo mientras vivimos?". Antes, hablamos del escritor: matemático, pensador, pacifista, premio Nobel de Literatura en 1950 y luchador incansable en bien de la humanidad. Este británico polifacético fue un ferviente activista en contra de cualquier conflicto bélico y en especial la guerra de Vietnam. Decía: "Debemos reconocer que el mundo está gobernado por un espíritu erróneo y que un cambio del mismo no puede venir de un día a otro". Alguien del grupo, en tono pesimista, constataba la actitud, mayormente negativa, en la sociedad actual; se quejaba de que cada uno atiende sus miserias lo mejor que puede para ir tirando. Que pocas veces se encuentra a alguien haciendo cosas por "el bien del mundo". Se me ocurrió comparar esa reflexión con la imagen del escarabajo pelotero, cada uno ocupado en su vida de porquería, con su bolita, sin atender a nada más. Pero la metáfora no acabó en esa primera comparación, la más fácil y evidente. Pues claro que no podemos sino tirar por nuestros problemas, llevarlos rodando o a trompicones, porque son producto de nuestra vida, de nuestras decisiones o de nuestra suerte. Debíamos enriquecer el potente símil, pues el insecto campeón exhibía cualidades nada despreciables. Era capaz de llevar en línea recta su precioso botín, de noche, perfectamente orientado y cubriendo largas distancias. Tenía un claro objetivo en sus genes, portaba el alimento y el futuro, la vida y la supervivencia de la especie. Cuando deposita el huevo fertilizado en ese lecho, que es al mismo tiempo placenta y sustancia nutritiva, sabe que la resurrección no se va a producir inmediatamente, hay un tránsito, una demora. Que, como decía el filósofo Russell, ese cambio que todos queremos para superar al "espíritu erróneo" no puede venir de un día para otro.

Podemos hacer que nuestras vidas se pongan del lado creativo, ser capaces de gestar otros mundos, aunque nos veamos rodeados de idiotas, de carcas resabiados, de conspiranoicos o de pesimistas mal informados. Da igual, dejemos de lado a esos que portan sus pelotas amasadas con agravios, recelos y cuentas pendientes, a los que exhiben su frustración para obtener nuestra caridad o aquellos que se instalan cómodamente en su victimismo; todos mendigando una aprobación a sus quejas, encantados de que todo vaya muy mal y peor que se va a poner. Son gente tóxica. Se les ahuyenta con una franca sonrisa, ellos que esperan un preocupado entrecejo.

Tengo suerte de estar en permanente contacto, como profesor, con jóvenes de muy diferente condición, que cuentan sus proyectos, que se ilusionan viéndose en la universidad estudiando aquello que les gusta, que preguntan preocupados cómo serán las nuevas reválidas, los grados o el máster universitario. Tienen una razonable esperanza de realización personal. No tenemos derecho a matar su entusiasmo, a poner delante de sus vidas las penurias de la nuestra. Quieren ser felices, empujar su futuro, cono el escarabajo su bola, para renacer como una persona adulta, realizada.

Concluyo con unas palabras de "La conquista de la felicidad", un libro precioso del maestro Russell: "El secreto de la felicidad es este: que tus intereses sean lo más amplios posible y que tus reacciones a las cosas y personas que te interesan sean, en la medida de lo posible, amistosas y no hostiles".