Siempre agradeceré a los historiadores y amigos Raúl López Romo y Gaizka Fernández Soldevilla la cortesía de enviarme los libros que publican sobre la banda terrorista ETA. Raúl es investigador de la Universidad del País Vasco (UPV) y Gaizka ejerce de profesor en Cantabria. Los dos han hecho sus tesis doctorales sobre la banda terrorista ETA y ambos han publicado libros, y lo siguen haciendo, sobre la organización etarra.

Entre los cambios recientes en el País Vasco está la relación entre la sociedad vasca contemporánea y los historiadores, hasta hace poco tiempo lo que se publicaba para consumo de la masa era una literatura histórica apologética escrita por militantes nacionalistas alguno como Sabino Arana, fundador del PNV, con un criterio racial y religioso enfermizo de odio al Estado español y a los españoles, en cuya literatura estableció que para ser miembro auténtico de la nación vasca había que odiar profundamente al resto de España, su cultura y sus gentes.

La nueva generación de historiadores está interesada en transmitir a la sociedad vasca la dictadura a la que fue sometida durante un lapso largo de tiempo, aproximadamente entre 1965 y 2012, por una banda de asesinos.

La dictadura de ETA reprodujo en las tres provincias vascas y algunas comarcas de Navarra las mismas técnicas de persuasión de masas del modelo de Hitler en la Alemania nazi, con tal eficacia que durante todo ese tiempo unos dos millones de seres humanos fueron privados de su independencia mental. Así fue cómo el sistema totalitario impuesto dentro de la organización conseguía someter a todos sus miembros a la voluntad de su jefe.

El libro escrito ahora por Gaizka, titulado "La voluntad del gudari; Génesis y metástasis de la violencia de ETA", demuestra que ETA no nació para combatir el franquismo, como se hizo creer entre, aproximadamente, 1960 y 1975, por eso no desapareció con la amnistía de 1977 que sacó a todos sus asesinos de la banda, unos seiscientos, de las prisiones. ETA siguió practicando el asesinato como método para conservar pura la raza y el honor euskaldún. En este sentido es uno de los mejores libros que he leído.

Pero el aspecto que me parece más interesante del trabajo de Gaizka es la descripción exhaustiva de la psicología de los tipos más sanguinarios y del modo en que los líderes de la banda los convirtieron en asesinos sin ningún tipo de sentimientos humanos. Para desarrollar su programa de asesinatos ETA necesitaba crear asesinos que cometieran sus actos mecánicamente, para ello no era preciso que odiaran a sus víctimas, ni que se sintieran héroes ante los suyos, ni el concepto de raza darwinista o conciencia de nación euskaldún, ni tener sentido de la historia, ni luchar por la victoria de los fuertes sobre los menos aptos, ni siquiera por temor a la decadencia de su pueblo. El militante perfecto para los líderes del proyecto etarra era el individuo exento de los cánones de conducta de un ser humano normal, que tampoco necesitara levantar barreras entre el asesino robot y sus víctimas.

La letanía de las virtudes reservadas por Dios al pueblo euskaldún -tales como modestia, humildad, filantropía, tolerancia- no debían ser obstáculos para imponer las ideas de los líderes etarras a los demás. Incluso ni cuando la moral de los individuos desaparece, que implica grandes sufrimientos a la sociedad, tampoco debe ser una circunstancia que paralice su proyecto porque son aspectos intrascendentes que no deben entrar en colisión con las aspiraciones universales de los pueblos ni con la realización de los mismos.

El caso del etarra Kándido Azpiazu de la localidad guipuzcoana de Azcoitia que asesinó a Ramón Baglietto, que relata este libro de Gaizka, es un modelo de asesinato banal. Baglietto era el hombre que en 1962 le había salvado de una muerte segura cuando tenía solo unos meses de edad, este hombre altruista arrancó de los brazos de su madre a Kándido justo en el instante en que intentaba salvar a su hermano mayor de ser atropellado por un camión mientras corría para coger una pelota que se le había escapado. En el atropello fallecieron la madre y el hermano mayor. "El 18 de mayo de 1980 el automóvil de Ramón Baglietto, que había sido concejal de Azcoitia, entonces solo militante de UCD, fue ametrallado por un comando de ETA militar cerca de Elgoibar. El vehículo se estrelló contra un árbol. Baglietto, aunque malherido, seguía con vida. El etarra encargado de darle el tiro de gracia fue Kándido Azpiazu".

Cuando veintiún años después, ya cumplida su condena, el periodista de Der Spiegel Erwin Koh le preguntó cómo había sido capaz de matar a quien le había salvado la vida, le contestó que "él no era un asesino". A la pregunta de por qué había abierto una tienda en los bajos del edificio donde vivía la viuda de Baglietto, Pilar Elías, también le dio respuesta: "ella hace su vida y yo la mía".

Es muy difícil describir la personalidad de un tipo de esta catadura moral que es capaz de reducir situaciones tan complejas a términos tan sencillos que no le afectan para nada a su modo de vivir. Mirando hacia atrás, es fácil descubrir individuos con síntomas de esta monstruosa falta de voluntad. Los asesinos del guardia civil José Pardines, en 1968 abatido por la espalda mientras estaba mirando la numeración del motor del vehículo en el que viajaban. Mi jefe de Línea, el subteniente Juan Antonio Eseverri Chaverri, en 1978 fue asesinado por la espalda de varias puñaladas porque fue identificado como guardia civil en una manifestación de abertzales en el casco viejo de Pamplona en la que se había infiltrado; el asesinato fue justificado porque le adjudicaron la vitola de ultraderechista.

En aquellas fechas a todas la víctima de ETA se les ponía el adjetivo de "Ultra".

Espero que algún día podamos presentar este libro en Zamora.