Estos de Podemos que venían dispuestos a acabar con la casta política actual -en buena hora- están teniendo enseguida las mismas actitudes, que crean iguales problemas, que quienes han gobernado hasta ahora durante más de tres décadas. Y eso que acaban de llegar, y que aún no han tocado apenas poder. En todas partes cuecen habas, o sea.

Lo demostraron enseguida, después de las elecciones de mayo cuando con el apoyo, un tanto receloso, pero apoyo al fin y al cabo, del PSOE, conquistaron los ayuntamientos de las principales capitales, y cuyos equipos de gobierno municipal apenas si habían tomado posesión de sus cargos cuando ya empezaban a meter a dedo a sus familiares, parejas, amigos y otros enchufados.

Y lo vuelven a demostrar ahora tras la reacción producida en el joven partido después de que su líder, Pablo Iglesias, se empecinase en arremeter contra el PSOE, que debería ser de entrada su aliado natural, y votar en contra la investidura de Sánchez cuando tan fácil hubiese sido abstenerse y haber dado paso ya a ese Gobierno de cambio que aseguran pretender.

Dominados por oscuros complejos -la condición humana- traducidos en intransigentes posturas y radicales líneas rojas, ni siquiera semejan ser tan democráticos como pregonan. Puede que lo sean en su organización interna, por asamblearia, pero ¿de dónde partió la decisión de no negociar con los socialistas si andaba Ciudadanos por medio? ¿De las bases? Qué va. Desde el PSOE se dijo a Podemos que hicieran lo mismo que ellos: consultar con sus militantes. Pero no.

La consecuencia es que Podemos atraviesa por una crisis que no es la primera ni va a ser la última. Su decisión de no apoyar la investidura de Sánchez ha sentado muy mal a una parte importante -la mitad- de su electorado. Se les fue una de sus figuras representativas: el ex fiscal anticorrupción Villarejo, y ha dimitido el número tres del partido en Madrid, con otros nueve dirigentes regionales, extendiéndose el resquebrajamiento y la pugna a Galicia y a Cataluña.

Se citan, como motivo principal de la crisis, desde cuestiones organizativas a críticas contra determinadas actitudes del partido que le están llevando a la parálisis política a una excesiva agresividad de su líder. Pero en el fondo parece que el quid de todo está, y resulta evidente, en el debate sobre el apoyo a Sánchez o sobre forzar nuevas elecciones. Hay una facción importante que ve la alianza con el PSOE, de una u otra manera pero principalmente a través de la abstención, como la fórmula idónea, pues ello daría a Podemos un notable poder decisorio a lo largo de la legislatura que le permitiría crecer y asentarse. Otro grupo, el encabezado por Iglesias, aspira a todo, no renuncia a nada y sigue con la vieja idea de asaltar el poder en las urnas y manejar todos los recursos.

El motín está ya ahí y su cúpula dirigente tendrá que madurar, y pronto, actuando más con cabeza que con corazón y por impulsos. Podemos es un partido a medio hacer aún, y se nota.