Estoy convencido de la veracidad de las palabras que dan título a esta reflexión. Pero también de que "nadie se educa solo". Paulo Freire, el eminente teórico de la educación brasileño, completaba estas dos premisas, aparentemente contradictorias, con una conclusión derivada necesariamente de ellas: "los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo". Este educador, partidario de una pedagogía crítica, sentó las bases para una concepción de la educación como práctica de la libertad y problematizadora de lo real.

Sócrates, maestro de Platón, en el siglo V a. C. defendía que el aprendizaje se producía dentro de cada persona y que no podemos estar seguros de que la enseñanza produce aprendizaje, por lo mismo que no estamos seguros de recoger buena cosecha por el solo hecho de haber sembrado las semillas. Uno puede sembrar y no obtener nada. Porque lo que hace que broten las espigas son los granos fértiles, la buena tierra, el sol y la lluvia, no los hombres. Así, se puede afirmar que el que enseña o dice enseñar no hace aprender a los otros, sino que es uno mismo el que aprende cuando es capaz de pensar por sí mismo. En todo caso, el maestro se limita a ayudar a dar a luz ese aprendizaje. Se trata del "conócete a ti mismo" socrático, pues defiende que el conocimiento no se transmite, sino que se produce dentro de cada uno de nosotros. He podido comprobar en el aula este feliz alumbramiento. Se da cuando en la exposición de un problema los alumnos preguntan sobre el mismo; se interesan, por ejemplo, en las paradojas de Zenón y sonríen felices cuando aprenden la explicación matemática de por qué Aquiles, el de los pies ligeros, no alcanza a la tortuga por haberle dado cierta ventaja en la salida. También se sienten reconfortados cuando resuelven un problema de Física o comprenden el ciclo de Krebs en Biología.

Por eso me resulta irritante encontrar cada cierto tiempo la repetitiva polémica sobre la pedagogía y los males que conlleva. Se trata de la estúpida y estéril denuncia de aquellos que acusan a esta disciplina de los fracasos educativos. Son tan necios que ignoran que prescindir de organización, metodología, técnicas y otras acciones educativas no deja de ser una pedagogía pues, al fin y al cabo, ellos también pretenden dirigir o guiar al niño. Freire diría que usan la "pedagogía bancaria", pues consideran a los educandos como recipientes en los cuales será depositado el saber. El educador es el único que sabe y él es el encargado de transmitir los conocimientos. El alumnado-vasija debe ser llenado por el maestro, cuanto más dóciles acepten los depósitos mejor. La memorización mecánica y la repetición serán los mecanismos pedagógicos más requeridos por estos energúmenos de la educación. Han llegado a decir: "La pedagogía ha dejado la enseñanza en los huesos", será la que imparten en sus soporíferas clases, auténticos desafíos para llegar a ser un perfecto niño loro, apamplado y obediente. Se dirigen a quienes poco saben del mundo educativo, pero mucho opinan al respecto, a esos que, equivocados, encuentran alguien que les da la razón. Causa tristeza encontrar a Muñoz Molina, admirable literato, en estas burdas disputas, por no mencionar al viscoso José Antonio Marina, "especialista" en libros blancos, escuelas de padres, de profesores, de todo aquello que suponga negocio, siempre equidistante para no verse comprometido. Todo esto carece de rigor, resulta patético, tanto como cuestionar el heliocentrismo; por mucho que aparentemente el sol se mueva encima de nuestras cabezas. La pedagogía es necesaria porque debemos preguntarnos por el sentido de la educación, por cómo enseñar y cómo aprender.

En 2008 se publicó un manifiesto titulado: "No es verdad". Conserva plena vigencia y desmitifica eso de que en la escuela e institutos de este país predomine una educación con mucha pedagogía y pocos contenidos. Tampoco los alumnos de hoy son peores que los de hace 40 o 50 años, son diferentes, simplemente. Sin olvidar que entonces llegaba a los institutos la cuarta parte del alumnado que tenemos actualmente. Casi treinta años de docencia ininterrumpida en institutos me permiten constatar que sigue predominando un modelo de enseñanza tradicional, que las reformas educativas no bastan para cambiar la práctica docente y que urge, ¡muchísimo!, un renovado compromiso de toda la comunidad educativa. El contexto social es muy complejo y la salida no podemos plantearla desde un recetario pedagógico al uso, de dudoso éxito, sino desde una "actitud pedagógica" prudente, autocrítica, que nos aleje de la estupidez y nos acerque a la transformación educativa que necesitamos.