Ha resultado con un acaloramiento bastante fuerte la discrepancia de los tertulianos en un canal muy frecuentado por los videntes de la televisión española. El punto concreto de la discusión podría enunciarse así: ¿Engañó Sánchez, candidato a la presidencia del Gobierno, al rey? La respuesta a tal pregunta tomó las dos respuestas contradictorias que repiten el remoquete de alguna canción: "Unos decían que sí; otros decían que no". Naturalmente el fundamento de quienes decían que no era la natural inteligencia, apoyada en la voluntad del rey, para dejarse engañar. Se darían ahí dos elementos peyorativos: la intención del candidato de afirmar algo incierto para engañar -en lo que consiste de verdad la mentira- y una supuesta incapacidad de juicio en el rey, en virtud de la cual se habría dejado engañar. Yo no admito en el rey -que tan sensato y prudente se muestra en todos los asuntos que toca- esa incapacidad, rechazada por todos los que intervienen en la disputa. Me resisto a creer en la mala voluntad del candidato; y, por tanto, no creo que afirmara algo que no es verdad con ánimo de engañar a su majestad. Sí creo que hubo una equivocación, por parte del señor Sánchez, que creyó en unas posibilidades que no le amparaban: don Pedro Sánchez contaba -o creía contar- con el apoyo de Podemos y algunos otros partidos que, al parecer, no están "por la labor".

¡Siendo así las cosas, tengo que afinar y exponer la pregunta en estos términos: "¿Dijo al rey el señor Sánchez algo que no es cierto, creyéndose en posesión de la verdad?". Así expuesta la pregunta, la respuesta tiene que ser -dentro de una doble suposición, claro está-: El señor Sánchez manifestó al rey una inexactitud, creyendo que estaba en lo cierto; y el rey, tomando como una verdad lo que el señor Sánchez le afirmaba, decidió proponerlo como candidato a la investidura para la Presidencia del Gobierno.

La situación, después de los intentos de don Pedro Sánchez, para conquistar a varios partidos -a casi todos, excluyendo intencionadamente al PP-, nos da el siguiente resultado real en estos momentos: solo ha conseguido, mediante un pacto o acuerdo, en estos momentos dudoso, el apoyo de Ciudadanos, firmado con el señor Rivera, líder de Ciudadanos. El resto de los partidos -si son verdaderas sus manifestaciones- están en la misma postura del excluido Partido Popular: no están dispuestos, ni siquiera, a la abstención; sino que parecen decididos por un no; con lo que resultaría una investidura fallida la que comenzará esta tarde (escribo en la mañana del día 1 de marzo).

De todo esto resulta una sabrosa "lección": para todos los candidatos del futuro y para el jefe del Estado en todas las circunstancias semejantes a la que nos ocupa. Los candidatos deberán ceñirse rigurosamente a la realidad -como hizo el señor Rajoy, líder del Partido más votado, y a quien propuso en primer lugar el rey para ser el candidato elegido a la investidura para ser presidente del Gobierno, después de la primera "ronda de consultas"-. El jefe del Estado deberá ceñirse, también, al resultado de las elecciones, que es lo real después de las mismas, o a documentos firmados, sin atender a las expectativas, más o menos fundadas, de los candidatos. Juzgue todo lector lo que habría ocurrido si el rey hubiera hecho la siguiente cuenta: El partido B, por el que iba a decidirme, presenta 90 escaños; por el contrario, el partido A, al que he desechado, ofrece -incluso admitiendo que no son suficientes- 123 votos afirmativos. Con esta cuenta, el rey habría decidido proponer al presidente del Partido Popular, con el riesgo de que don Mariano Rajoy no recabara los apoyos suficientes; con lo que conseguiría una Presidencia del Gobierno en minoría; pero segura, y con la necesidad de recabar apoyos razonables en cada decisión para la que necesitara una mayoría determinada de votos en la cámara. Si el presidente de un Gobierno propone soluciones razonables, y sabe exponerlas a la aprobación del resto de los partidos es muy suponible que estos sean razonables y presten los apoyos necesarios. Si alguno estaba en contra de lo razonable sería problema de tal partido, no del presidente del Gobierno que -supuestamente- está en lo razonable. Por mi parte, en estas circunstancias, solo espero que los interesados aprendan la lección que la situación les ofrece.