Mi afición por los libros de viajes hizo que un día, hace muchos años, visitara en Milán por primera vez la basílica de San Eustorgio, que fue arzobispo de la ciudad, allá por el siglo IV y lo haya hecho después en infinitas ocasiones, siguiendo un ritual afortunado que me descubrió posteriormente uno de los mejores narradores del siglo XX, me refiero a Umberto Eco.

En ella se conserva un gran sarcófago de piedra donde descansaron los restos de los Reyes Magos, de los que no se sabe ni el número, ni el cargo que ocupaban, pues al parecer ni siquiera eran 3, ni reyes, aunque sí un poco más astrónomos persas y zoroastristas, los cuales siguieron la estela de una estrella, cuyo camino desvelaba el enigma de una antigua profecía.

Desgraciadamente, cuando Federico Barbarroja conquistó la ciudad, en el siglo XII, se llevó sus restos a Colonia.

En 1903 algunas partes de dichos cuerpos (un húmero, una tibia y un esternón), así como diversas vestimentas fueron devueltas a San Eustorgio y se conservan en el altar de los supuestos tres Reyes Magos, al lado de dicho sepulcro.

Y esta historia unida a cientos de historias más, que son como sueños apresados para que no escapen, las encontré entremezcladas en un viaje que a través de la Edad Media inició un personaje de ficción, llamado Baudolino que fue creado por el gran fabulador Umberto Eco.

Hombre de una exquisita cultura, supo plasmar en él, a través de un hilo argumental definido, la autobiografía del protagonista, un campesino mentiroso, que no buscaba cosas, sino que alguien le hablara de ellas, el cual le va narrando la crónica de su vida al ministro del Basileo, Nicetas, al que curiosamente salva de morir a manos de los propios cristianos, que fueron quienes también participaron en el saqueo de la ciudad de Constantinopla, en ese convulso siglo XII.

La biografía de Baudolino se desarrolla en la época de la 3ª Cruzada, a partir de 1183, el cual la escribe en un raspado pergamino del obispo Oto, para contar su historia por primera vez en una balbuciente lengua, la italiana, que hasta entonces, abandonado ya el latín, solo se hablaba.

Baudolino, tiene que inventar numerosos términos para poder expresar todos los conceptos nuevos a los que se enfrenta, con un humor y una finísima ironía, que por supuesto desvelan la ideología del autor de la novela, como por ejemplo: "Ke fazemos fikifuki", expresión que no necesita traducción en lengua alguna.

Debido a su naturaleza visionaria, Baudolino es adoptado por el emperador y comienza su periplo por el mundo, siendo estudiante en París, asistiendo y formándose en las mejores universidades y adquiriendo un bagaje cultural y existencial fuera de lo común.

Por ello, podemos trascender sus profundas reflexiones e ideas a cualquier época y situación, de ahí que hablando de las religiones, cuando él le hace una consulta en París al rabino Salomón de Gerona, sobre el templo de Jerusalén, aquel le suelte entre otras lindezas la siguiente acerca de la interpretación de los textos sagrados: "Si queréis reducir a imágenes las palabras del Señor (?) vosotros congeláis esa voz como si fuera agua fresca que se vuelve hielo. Entonces ya no quita la sed, sino que adormece las extremidades con la frialdad de la muerte".

Cuando se trata de inventar nuevos insultos, que de todo se necesita en lenguas nuevas para definir en su totalidad al mundo y a quienes lo pueblan, destacan por su frescura y actualidad pasmosa los siguientes: pisquimpirol, cirolas, bajel de excrementos, baratero, sembrador de discordias.

Y si lo que se quiere es una reflexión sobre la inconsistencia del poder en cualquier época, hablando con el poeta Abdul y sus amigos, quienes lo inician en el cultivo y consumo del hachís, Baudolino no duda en afirmar que en la corte había aprendido cuatro cosas fundamentales:

1.ª Si estás junto a grandes hombres, te vuelves grande tú también.

2.ª Los grandes hombres son también, en realidad, muy pequeños, el poder lo es todo.

3.ª Y no hay razón por la que un día no puedas tomarlo tú, por lo menos en parte. Hay que saber esperar, es cierto, para no dejar escapar la ocasión.

Y si lo que de verdad importa es entender esto de la vida, ahí va la definición que Baudolino, versus Umberto Eco, le susurra a uno de sus amigos: "¿Qué es la vida sino la sombra de un sueño que se escapa?". In memoriam.