Qué tiempos, qué costumbres! Se lamentaba el ilustre orador Cicerón en su discurso contra Lucio Sergio Catilina, deplorando la perfidia del senador romano y la corrupción de su tiempo: "¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?".

Recordaba estas célebres expresiones latinas al hilo de los acontecimientos políticos actuales. ¡Qué tiempos! Sí, resultan desconcertantes, estamos con un Gobierno en funciones, a la espera de que los diferentes partidos con representación parlamentaria alcancen acuerdos que permitan investir un presidente la primera semana de marzo. Asistimos perplejos a una ceremonia que se oficia, sobre todo, en los medios de comunicación. En ellos encontramos las declaraciones de los líderes políticos, además de las interpretaciones que de las mismas hacen columnistas y tertulianos. Los llamados "todólogos", especialistas de todo y conocedores de nada. No expresan sus juicios con respeto y distancia. Si el medio es audiovisual, se imponen gritando para acallar la voz de sus rivales, también chillones. En los periódicos escritos se impone, por abrumadora mayoría, la línea editorial que reniega de un posible pacto de izquierdas para investir a Sánchez como presidente. Precisarían el apoyo o la abstención de fuerzas nacionalistas, partidarias de "romper España", como diría el valedor del nuevo centro político españolista, Albert Rivera. Esto sería muy peligroso porque Podemos, socio imprescindible en ese acuerdo, aceptaría enfrentar la situación catalana con la celebración de un referéndum. Con todas las garantías legales, dicen, aunque esto no es aceptado en ningún caso.

Mientras observamos este guirigay, en una u otra jaula mediática, el Gobierno en funciones, sus ministros y el partido que lo sustenta nos brindan toda suerte de acrobacias y números de funambulismo. Con escaso éxito, la verdad, porque se han estampado contra el suelo cada vez que intentan caminar sobre el fino alambre de la realidad. Esta les pone cada mañana un espejo delante, en él no se ven guapos, ni bien peinados o vestidos, se ven corrompidos, podridos en el fondo y en la forma. Han robado, han estafado y engañado, han manipulado los procedimientos y no han respetado las instituciones. Aunque el ministro del Interior ve intencionalidad política en las últimas operaciones contra la corrupción en Madrid y en Valencia. ¿Será posible? ¿en manos de quién estamos? Este siniestro pazguato dirige nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Casi nada. ¿Es que la Guardia Civil o la Policía Nacional investigan por indicación de parte? ¿Obedecen a intereses políticos? Hace poco escuchamos a la portavoz del Gobierno presumir de que la prueba del buen funcionamiento del Ejecutivo estaba en las últimas detenciones practicadas en Levante. Fueron detenidos varios cargos del PP en una redada impulsada por la Fiscalía Anticorrupción. ¿En qué quedamos? Para el ministro sería deseable que se hablara de más casos, de esta manera el PP sería como todos, ni más ni menos, y su culpa se diluiría en la de los demás. La del PSOE, Convergencia y otros. ¡Qué dislate! Se ha llegado a tal punto de tramas y de instituciones afectadas que la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil dice que se trata de una única "organización criminal", refiriéndose al PP. Por eso causa estupor escuchar al señor Rajoy cuando dice a sus dirigentes que no deben caer en la histeria, que deben afrontar los escándalos con serenidad. Claro, calladitos, obedientes, disciplinados y cómplices. Como tales están actuando. Ni uno solo pide la palabra en esos comités. Callan, luego otorgan. Llevan consintiendo o participando, en estas prácticas corruptas, décadas. Todos están pringados por acción u omisión. Desde Cristina Cifuentes, con más de veinte años en cargos públicos, hasta los nuevos subsecretarios, que dicen estar hasta los apéndices testiculares, pero no se desmarcan de la estrategia de ocultación y protección de sus corruptos. Vean si no el caso de la "presunta" senadora Rita Barberá.

¡Qué costumbres!, decía Cicerón, lamentando las conjuras y conspiraciones en torno al poder. De las costumbres, malas, en nuestra España democrática debemos tratar con detenimiento. En este período nos dotamos de instituciones que garantizaban las libertades y de una constitución que hacía posible la convivencia de los poderes públicos y la ciudadanía. No ha sido suficiente. Algo ha ido mal para que actualmente nuestra salud democrática se deteriore, nuestro pulso ciudadano esté alterado y la vida política en estado comatoso. ¿Qué ha pasado? Comparto el diagnóstico del filósofo y ensayista Javier Gomá, hemos fallado en las costumbres, no realizamos el pertinente camino de consolidación de las instituciones a través de las costumbres sociales. De la dictadura franquista no pudimos extraer lecciones de buenas costumbres para los nuevos tiempos, pero tampoco en más de treinta años hemos sabido crearlas y aprenderlas. El sistema educativo nunca ha prestado atención a la formación de futuros ciudadanos democráticos y las familias vivían una inercia social y una ignorancia política completamente estériles. Hemos sido libres, pero quizá no emancipados, nuestro horizonte era estrecho y el uso de las libertades limitado. Las leyes y su fuerza no bastan, se precisa la persuasión de la costumbre, de las buenas costumbres. Ellas son la fuente del comportamiento cívico, del respeto a las instituciones y principal vacuna contra la corrupción.