El consejero de la Presidencia, José Antonio de Santiago-Juárez, ha presentado el primer borrador de las llamadas unidades básicas, que según él son un elemento clave del nuevo modelo de Ordenación del Territorio de Castilla y León. Los documentos hechos públicos muestran el diseño de 176 unidades básicas, que en total abarcan 2.233 municipios, con un promedio de 12,8 municipios y 6.718 habitantes por cada unidad básica. Siguiendo con la parafernalia/verborrea oficial de la Junta, dicen también que "con el diseño de estos mapas se pretende delimitar unos espacios territoriales que, esencialmente, permitirán dotar de mayor eficacia y eficiencia la prestación de los servicios públicos, tanto autonómicos como locales, en términos de optimización y garantía de igualdad en la accesibilidad de los ciudadanos". Pues mira qué bien, ¿alguien se lo cree?

Ya en marzo de 2013 el conocido profesor Valentín Cabero, que de esto sabe un montón, decía sobre el citado anteproyecto "que no aparece por ninguna parte la palabra comarca, salvo para referirse inexcusablemente y de pasada a El Bierzo. Para la Junta, al parecer, se ha convertido en un vocablo maldito, pues no quieren siquiera mencionarlo, ni mucho menos incluirlo en un documento que consideran fundamental para la gobernanza (¡vaya, saltó otra palabra de moda!) y para el futuro de la región. ¡Qué paradoja y contradicción la de nuestra vida política y la de nuestros gobernantes, enmascarando la realidad que nos rodea y olvidando intencionadamente lo que el propio Estatuto de Autonomía recoge como hecho integrador y como referencia posible en la agrupación de municipios: la comarca! De hecho tenemos una comarca reconocida oficial y administrativamente por las Cortes de Castilla y León en 1991: El Bierzo. Tras cumplir a regañadientes aquella promesa electoral, el Gobierno regional, con mayoría absoluta del Partido Popular desde entonces, no ha querido saber nada de las comarcas. Ahí sigue nuestra querida hoya berciana con su Consejo Comarcal que a trancas y barrancas intenta afrontar con cierto voluntarismo y entusiasmo los problemas y la defensa del patrimonio cultural en ese fértil hondón rodeado de viejas montañas y regado por el río Sil; bien sabemos que el Consejo Comarcal se ha tenido que manejar con un equilibrio difícil entre el clientelismo de la Diputación de León, la desconfianza de Valladolid y la presencia urbana y dominante de Ponferrada".

¿Por qué no pronuncian ni escriben una palabra tan expresiva y elocuente como es la de comarca?, reflexionaba el señor Cabero. Sencillamente porque "el silencio responde y obedece a una actitud política poco amable y amigable con los territorios que las definen y con las gentes que en ellos viven. Asimismo, interpreto que al no citarlas nuestros gobernantes se alejan mental y socialmente de las verdaderas necesidades e inquietudes de sus pueblos y habitantes; no les concierne, y no se sienten vinculados a sus vidas ni responsables de sus problemas; solamente se sienten unidos al poder regional y a sus intereses capitalinos. Se necesitan, en verdad, agallas políticas, sensibilidad social y solidaridad territorial para enfrentarse a estas circunstancias regionales que traban el pasado inmediato con un presente cargado de incertidumbres y dificultades. Los pasos que se están dando en este sentido son, a mi entender, torpes y además maliciosos".

En esta misma línea, Alfonso Huertos de Ana, geógrafo y expresidente de Azadel (Asociación profesional de Agentes de Desarrollo Local de Zamora) dice en un reciente artículo aparecido en La Opinión-El Correo de Zamora que "teniendo en cuenta el modelo de poblamiento de nuestra comunidad autónoma y la distribución municipal, en la que abundan los ayuntamientos muy pequeños, con un gran número en el grupo de los de menos de 100 habitantes (casi el 20%), y en torno al 90% en el de menos de 1.000, está claro que se han de buscar estructuras territoriales que agrupen municipios para conseguir un volumen de población que permita la sostenibilidad en la prestación de los servicios. Considerando estos aspectos resulta apropiada la creación de unas entidades plurimunicipales que se encarguen de esa Ordenación Territorial con cercanía a los ciudadanos. En este sentido, las comarcas son ese peldaño que nos falta en Castilla y León; no se trata de crear una nueva administración que genere más gastos, se trata de racionalizar las administraciones existentes y sus recursos, poniéndolos al servicio de la gente de la forma más apropiada". Y añade: "Una verdadera ordenación territorial mediante la comarcalización de Castilla y León debe recoger la prestación de los servicios necesarios para mantener, o más bien conseguir, el estado social que permita a la población vivir de una forma adecuada y plena, por ello no puede limitarse a satisfacer las necesidades actuales, es necesario poner los medios para impulsar un desarrollo territorial; debe planificar unas infraestructuras que, además de sostener esos servicios, permitan ese desarrollo económico sostenible y equilibrado; se deben planificar los recursos humanos necesarios para poner en marcha la prestación de cada uno de los servicios; y, por supuesto, es necesario dotar de un presupuesto, de una financiación, para realizar todos los puntos que integre la ordenación del territorio planificada".

Con todo ello, ¿por qué se empeña la Junta en crear espacios ficticios en nuestra comunidad que posiblemente no servirán para nada? Nos lo aclara de nuevo el señor Cabero: "Con arrogancia tecnocrática y artificio burocrático se nos quiere convencer de la inexistencia de esta rica diversidad y de su innecesaria denominación para enfrentarnos con "eficiencia" a la ordenación del territorio regional. Primero se nos quiso engañar con los Distritos de Interés Comunitario, y ahora en la versión depositada en la Cortes de Castilla y León se invita a los municipios a agruparse en Mancomunidades de Interés General. Detrás de este léxico plano y burocrático y de vocablos carentes de afecto descubrimos un tipo de comportamiento y de diálogo político con el territorio que bien podríamos calificar de distante, fingido, engañoso y como mucho formalista; muy lejos, por tanto, lejísimos, de la topofilia que encierran los topónimos comarcales y, aún peor, indiferente a las necesidades o carencias de sus habitantes".