Es algo en lo que todos estamos de acuerdo, en cuanto lo pensamos. Entre las cosas que entendemos como algo imprescindible todos incluimos la educación; casi con la misma necesidad que el alimento del cuerpo; hasta el punto que la llamamos "el alimento del espíritu". De donde se concluye que no debe faltar a nadie. Sin embargo, también hay que admitir que los legisladores y los gobernantes no obran en consecuencia con esta convicción. Porque la experiencia nos dice que las circunstancias que se refieren a la capacidad económica de las personas no son las mismas y, si no se tienen en cuenta, algo tan imprescindible como la educación no recibe la atención que debe dispensársele. Su necesidad guarda una relación muy estrecha con la libertad de elección de los padres cuando se trata de decidir la educación que quieren para sus hijos. No pueden separarse estos términos: educación, libertad de elección y situación económica; sobre todo en una sociedad en la que la libertad es algo considerado fundamental.

Nuestra sociedad actualmente trata la libertad como algo consustancial en los ciudadanos; y debe admitir -más aún, debe exigir- que los padres tengan completa libertad para elegir la educación que estimen conveniente para sus hijos. Y eso ha de tener en cuenta lo que ellos piensan que es lo mejor. Todo padre debe poder disponer de los medios para que sus hijos posean la educación que el padre considera la mejor que debe existir. Puede prescindirse del elemento religioso entre los componentes de la educación ofrecida al educando; pero hay muchos padres en España que tienen como algo fundamental en la educación que sus hijos deben recibir ese elemento que llamamos formación religiosa. Por consiguiente, la libertad de elección puede referirse a tal elemento. Por eso en el Estado confesional -como ha sido España en el pasado- estaba facilitada la tarea de todos los padres, incluso los que deseaban una enseñanza religiosa para sus hijos, obligando a los centros de enseñanza a programar la enseñanza religiosa con la existencia de un profesor de Religión entre sus claustrales. Y, a la hora de calificar a los alumnos, ese profesor ocupaba el mismo lugar que el de asignaturas tan imprescindibles como la Lengua o las Matemáticas; aunque -para ser escrupulosamente verídicos- hay que reconocer que, en muchas ocasiones, la Religión entraba en el grupo accesorio de lo que se llamaban "Marías", junto con la Educación Física y las Labores.

Los tiempos han cambiado y, lo mismo que ha ocurrido con el crucifijo en las aulas, la Religión ha cedido en la anterior necesidad en los centros oficiales. Quedan, sin embargo, centros de enseñanza eminentemente afectos a la enseñanza religiosa, regidos en su mayor parte -no en su totalidad- por religiosos. Y para que esos centros, ajenos a la red estatal, puedan ofrecer a los padres gratuidad en la enseñanza, el Estado ha establecido "conciertos" con tales centros y, como consecuencia, les ha concedido subvenciones. Estas ayudas del Estado no atienden a la totalidad de los costes de la enseñanza. De aquí que los profesores de esos centros no suelan percibir unos emolumentos iguales a los que reciben los profesores de los centros estatales. La parcialidad de las ayudas supone un considerable ahorro para el Estado; se calcula en muchos millones de euros. Y eso es uno de los argumentos a favor de la conservación de tales centros.

Pero lo más importante cuando se habla de los centros concertados es la libertad que proporcionan a los padres -y naturalmente en provecho de los alumnos-, al elegir enseñanza para sus hijos. Y también es muy interesante que proporcionan puestos de trabajo para muchos profesores que, porque no pueden a no quieren, no se someten a las oposiciones que el Estado exige a los docentes de los centros estatales. Por fin, una consideración muy digna de tener en cuenta por los que atacan la enseñanza concertada es que esta no se refiere en su totalidad a centros regidos por religiosos, sino que existen centros concertados propiedad de seglares amantes de la enseñanza; y que han entregado a la misma sus vidas y sus posibilidades económicas. Mis preferencias han ido por la estatal; pero entiendo la necesidad y conveniencia de que los padres puedan seguir eligiendo para sus hijos esa enseñanza concertada.