Los escraches ya no son lo que eran hace tan solo unos meses. Antes se suponía que eran una de las mejores formas de plasmar la democracia y la libertad de expresión, "protestas necesarias, que indican la vitalidad de una sociedad que se defiende ante una situación injusta". Algo que "hay que comprender, respetar y analizar. Son ejercicios del derecho de protesta. Es algo correcto, está bien y es necesario".

Ahora que es el jefe de seguridad del Ayuntamiento de Madrid quien tiene que aguantar, y no estoicamente, la protesta de un grupo de policías municipales, resulta que los escraches no son tan respetables, sino "un ataque a una persona que representa a una institución que recuerda, más bien, a actos de grupos fascistas".

Nada nuevo bajo el sol, solo una mera escenificación teatral de aquello de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Viga que con su desfachatez habitual ni quieren ver ni quieren que veamos. Y se pregunta uno si así van a regenerar nuestra democracia, a sanear nuestras instituciones, a hacer transparente y limpia a nuestra sociedad.

También aquí llueve sobre mojado, cae agua sobre el charco de la gran mentira que es Podemos y su grupo de farsantes líderes. Es verdad que la porquería que desborda de las encorsetadas estructuras de los partidos tradicionales dan pie al surgimiento de la esperanza en torno a cualquiera que venga a agitar el árbol, a hacer caer las hojas secas y hasta las ramas podridas. Pero la vía no puede ser un partido alimentado por dinero de dictaduras extranjeras. No puede ser un partido que ha hecho del nepotismo generalizado el criterio único de selección para los puestos más importantes en aquellos ayuntamientos que gobiernan. No han de serlo alcaldes como el de Zaragoza que hacen solo lo que antes cuestionaron y además lo justifican con desparpajo, o como las de Madrid y Barcelona y sus grupos de sectarios acólitos que salvo a ellos mismos, no ven más que enemigos a diestra y siniestra y hasta en sus más cercanos territorios ideológicos. Guarido se lo acaba de decir, bien dicho. No rivales o adversarios, sino enemigos indignos.

No necesitamos salvapatrias ni revolucionarios cuyo único ideal es el totalitarismo y la abolición de las principales libertades individuales. No necesitamos advertencias de Gulag, ni frentismo violento y manipulador que quiere recuperar ochenta años más tarde el trágico absurdo de la intolerancia de la Segunda República, de la revolución totalitaria del 34, de los asesinatos políticos del 36 o de una Guerra Civil en la que España luchó contra España. España murió a manos de España y España mató a España, desembocando en cuarenta años de dictadura oprobiosa para cualquier nación.

Son tolerancia, centralidad, diálogo y democracia lo que necesitamos y eso no es Podemos quien lo trae, por grande que sea la viga en el ojo propio.

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