Lo tenía todo. Además de buena planta. Alto y delgado. Casado con hija de rey y hermana de rey aunque los vientos en Zarzuela, a día de hoy, no soplen favorables al matrimonio Urdangarín. Unos hijos preciosos y España a sus pies. Recibidos con honores en todas partes, representaran o no a la Casa Real española. En un principio fueron el matrimonio perfecto. Luego, conforme fueron llegando los hijos, la familia perfecta. Una familia con muchos guapos y eso siempre vende bien más allá del cuché.

Pero aquel deportista que tampoco fue una gran cosa en el mundo del deporte y en el ámbito del balonmano, pero que enamoró a una infanta de España, era ambicioso por naturaleza. Viciado por Torres, cerebro de las tramas que estrangulan a Iñaki Urdangarín, por mucho que ahora quiera echar toda la mierda sobre su antiguo socio. Urdangarín era el "conseguidor", Torres el cerebro. La avaricia rompió el saco. Tanto quiso para sí y los suyos, entendiendo por tales su mujer y sus hijos, que no se dio cuenta de que quedaba al descubierto tras cada una de sus acciones.

Me lo dijo el sabio Jaime Peñafiel en una de sus visitas al Club La Opinión: "A Urdangarín le pierde la ambición". "No será para tanto", recuerdo que le dije, cenando, al maestro. "No. Es para más", me respondió con esa ironía, con esa sorna andaluza que se gasta Peñafiel. Estoy hablando de una cena que se produjo hace muchos años. Antes de que Urdangarín empezara a meterse en tantos berenjenales. Mucho antes de convertir a la suya en familia numerosa. Las hechuras ya se las veían quienes estaban como él en la pomada y se dedicaban a observar. Y eso que el sabio Peñafiel calla más de lo que cuenta.

Es penoso comprobar cómo le han ido dando paulatinamente la espalda todos aquellos que se llamaban amigos. Aquellos que gozaban su compañía por tierra, mar y aire. Aquellos que también se labraron un futuro de corta trayectoria a su lado, a la sombra del yerno del rey. Los amigos, los que son de verdad amigos, permanecen en los momentos malos. En el hospital y en la cárcel es donde se demuestra la autenticidad de los amigos. Al otrora duque de Palma no le ha quedado ni uno. Nóos ha sido su tumba. El nombrecito, tomado del griego, puede que un guiño a su real suegra, significa inteligencia, pensamiento, memoria, sagacidad. De inteligencia nada y de sagacidad nulo porque no supo ver las consecuencias que acarrearían los desmanes cometidos.

No se conformó con poco o con lo que ya tenía, que era mucho para un deportista que nunca estuvo en la élite, y ahora no tiene nada. Ni siquiera amigos en cuyas casas refugiarse o en cuyos hombros llorar si es que acaso se muestra arrepentido quien una mañana, ante cientos de periodistas apostados en el edificio judicial de Palma anunció pomposamente: "Comparezco hoy para demostrar mi inocencia, mi honor y mi actividad profesional", las tres en entredicho y más solo que la una.