Siempre hemos oído hablar de lo barato que les sale el 'cafelito' en la cafetería del Congreso de los Diputados a sus señorías. No me extraña que haya overbooking antes, durante y después de las horas punta. Una prebenda más para quienes cuentan con todo tipo de gangas por el hecho de ser quienes son. Por tierra, mar y aire no hay quien viva, disfrute, coma, viaje y se hospede como ellos. Todo son facilidades para quienes todo lo tienen fácil una vez que, salidos de las urnas, tocan escaño tanto en el Congreso como en el Senado.

Un desayuno compuesto por un zumo, un café con leche y una barrita de pan con tomate regadito con su aceite de oliva, les cuesta a sus señorías la friolera de 2,45 euros. Estimo que la cafetería de la Cámara Baja debería abrirse a los ciudadanos para que también pudieran beneficiarse de esos precios. Al fin y a la postre, los ciudadanos somos los artífices de la enorme oficina de colocación que, cada cuatro años, permite a otros españoles convertirse en aforados y en forrados. Porque algunos entran con la cuenta corriente malamente y salen poco menos que ricos o, por lo menos, con el riñón bien cubierto que se dice aquí en mi pueblo.

La cafetería de sus señorías la sufragamos entre todos los españoles, solo que ellos y solo ellos y ellas, son los que tienen derecho al desayuno, al almuerzo, al cubata y al pincho de media mañana, por cierto, todo muy generoso. Porque en esa cafetería se come a papito que quieres. Y hay señorías bizarros a la hora de sentarse a la mesa. Y, digo yo, si eso además no será una competencia desleal con los bares, cafeterías y restaurantes que circundan el palacio de la Carrera de San Jerónimo.

En esto de beneficiarse del cafelito más barato en el Congreso no hay diferencias entre los viejos y los nuevos ejercientes e la política. Ya es raro ya, que la mayoría de señorías lleguen al congreso sin desayunar. Les sale mucho más barato y no pierden tiempo en casa, pero también es verdad que ese detalle interfiere en la vida familiar. Porque si ni desayunan, ni almuerzan, ni cenan en casa, ya me dirá usted cómo se sostienen ciertas familias cuyo cabeza visible habita el palacio.

A propósito del palacio en cuestión, precisamente por serlo, aunque por dentro albergue lo que alberga, eso es lo que hace a la izquierda y a la derecha iguales y como más monárquicos. Los palacios son para los reyes, para la nobleza. A esta gente no le importa convertirse en habitante de uno de ellos, posiblemente junto a la Zarzuela y la Moncloa, el más emblemático y, claro, más plural, durante cuatro años y los que las urnas les deparen. Menos cama, que se sepa allí tienen de todo. Hasta despachito con secretaria, cada uno el suyo por muchos que sean y, además, la cafetería. El habitáculo de la discordia donde, por poco más de dos euros, sus señorías se meten entre pecho y espalda unos desayuno que a muchos les pueden parecer pantagruélicos, eso depende, claro, del apetito de cada quien.