El pasado miércoles comencé un año más la Cuaresma, pero al llegar a casa después de varias celebraciones, me di cuenta del signo al abrir Facebook. Algunos famosos -no españoles, claro- identificados con nuestra fe y practicantes, decidieron dejarse fotografiar o subieron fotografías con la cruz de ceniza en la frente. El signo transmitió algo a los demás: yo soy cristiano. Otra cuestión será por cuánto tiempo o si es coherente.

Los signos o gestos que hacemos tienen que tener detrás una continuidad, una historia, una esperanza; si no, quedarán en papel mojado, en apariencias, en un quedar bien, en una mancha de ceniza en la frente.

La ceniza es un signo, recibirla es un gesto de conversión. Con este signo, parafraseando al apóstol de los gentiles, si no tengo conversión de nada me sirve; si no me cambia la vida de nada vale la mancha de ceniza.

Nos pasa en infinidad de ocasiones: planteamos un gesto, una acción simbólica y después de hacerla no tiene ninguna proyección de futuro. Cuántas veces he oído, sufrido y hasta propuesto signos, gestos y actividades porque es el año de la fe, o el año sacerdotal, o el jubileo de la misericordia y hay que hacer cosas, para después de eso no hacer nada. Es necesario que estos gestos vayan más allá de la formalidad, abran un camino nuevo por donde convertir la vida. El mismo sentido tiene dar alimentos a los pobres o pagar los recibos de la luz o del agua a familias con dificultades.

Dice el filósofo holandés W. Luijpen que existen cuatro formas de relación con los demás: el amor como querer el bien del otro, la justicia como concreción de ese amor, el conflicto y el funcionariado. Al hablar de la justicia deja bastante claro el hecho de que esta relación debe tender a mejorar la vida de las personas, debe cambiarles la vida. Dar una bolsa de comida o pagar una factura de la luz puede convertirse en un signo vacío si pretendemos únicamente que tengan comida y no les acaben cortando los suministros de agua y luz, pero puede cambiarles la vida si se acompasa con un acompañamiento que les ayude a tener un trabajo y una organización doméstica. Bien lo saben también en Manos Unidas: el bocadillo que compramos es un signo que por sí mismo no tendría valor sin el trabajo de tantos voluntarios y las actividades en tantos lugares que logran llevar a cabo proyectos que verdaderamente les cambian la vida a las personas.