De sobra se sabía que de la reunión entre Rajoy y Pedro Sánchez no iba a salir nada más que una nueva y definitiva negativa socialista a formar un Gobierno en el que apareciese el PP, como sigue insistiendo, erre que erre, patéticamente, el presidente en funciones, pese al nuevo y definitivo rechazo del PSOE. Además, es que el elegido por el rey para la investidura no es Rajoy, que renunció a ello por dos veces para evitar el fracaso, sino Sánchez por lo que en realidad sobraban el documento previo con las promesas del PP ante una entrevista que no era más que cuestión de protocolo y formalidad.

Pero el morbo era inevitable, a pesar de que los líderes de los dos partidos más votados y que han conformado durante tres décadas el decadente bipartidismo al que ahora con sus votos han puesto fin los españoles, se habían visto ya pocos días después del 20D, tras el cruce de insultos en el debate electoral de TVE ante millones de espectadores. Lo cierto es que ese primer encuentro entre quienes se llamaron a la cara indecente, a Rajoy, y ruin, a Sánchez, resultó menos tenso que el del viernes, en el que ya ni siquiera se guardaron, al menos públicamente, los mínimos modales de cortesía y decoro exigibles.

La foto y los vídeos no pueden resultar más expresivos. Serios y con pétreo rostro de circunstancias ambos, sin mirarse siquiera, sucede que cuando el del PSOE tiende la mano a Rajoy este hace como que se abrocha la chaqueta, alza la cabeza, y niega altivamente el saludo a su interlocutor. Aún mantuvo Sánchez la mano tendida unos segundos hasta que advirtió el desprecio. Rajoy ha escenificado la imagen que proyectan su partido y él mismo. Se explica que el PP y Rajoy sean el grupo más rechazado y el político peor valorado, y eso en todas las encuestas. Luego, y era lo único que ya cabía esperar, la reunión o la farsa, duró 25 minutos. Y es que todo quedaba dicho pues nada había que hablar.

Rajoy compareció en una rueda de prensa en la que volvió a dar la matraca con sus mantras habituales, los que menos interesan a la gente: la estabilidad, la economía, los asuntos internacionales, la necesidad, en resumidas cuentas: que el PP presida un Gobierno con PSOE y Ciudadanos. Y en cuanto corrupción, la losa que sepulta a su partido, no se siente acorralado por ella, como si no existiera o como si fuera una anécdota sin importancia ni trascendencia. Por su parte, Sánchez, una vez cumplido el trámite de hablar con todos los candidatos, concedió escasa importancia al desencuentro total consumado.

Hasta Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, se ha visto obligado moralmente a elegir al PSOE como mejor compañero de viaje que el PP, al que van a tener enfrente y de uñas, quedando limitadas las esperanzas a que Sánchez consiga convencer a Pablo Iglesias, a cambio de primar los programas sociales comunes, de que se abstenga en la sesión de investidura. El socialista sigue dispuesto a hacer realidad el cambio, constituyendo un Gobierno con Ciudadanos, lo más deseado por todos, o si no con Podemos como última solución, pues una alianza entre los tres partidos es casi tan imposible como la propuesta por Rajoy.